sábado, 4 de diciembre de 2010

Wikileaks: un doble standard detrás del "Cablegate"

Publiqué esta columna sobre el asunto Wikileaks. Reitera el argumento pero más refinado y agrega al final un navajazo contra la retórica K y de la izquierda sobre los medios:


El escándalo desatado por Wikileaks admite una lectura menos dramática de la que en general recibe en los medios. Los cables diplomáticos contienen en muchos casos apuntes de humor, como el referido a Putin y Médvedev (“Batman y Robin”), o jugosas descripciones de las bacanales mundialmente famosas de Berlusconi. Hay asimismo un inolvidable relato de una pantagruélica boda en el Cáucaso que duró tres días, regada con hectolitros de vodka y animada por una orquesta de falsos gitanos. Resuena en estos textos confidenciales el ambiente de los cócteles y los whiskies after ours. Ningún profesional de la diplomacia se habrá escandalizado al ver publicado más o menos lo mismo que él escribe a diario a su cancillería. La respuesta que, cuenta Hillary Clinton, recibió de un colega cuando le habló para pedir disculpas — “no te preocupes, ¡si supieras lo que escribimos nosotros de ustedes!”— refleja muy bien este aspecto mundano del “Cablegate”. Es cierto que lo de la ONU y Paraguay entra en el más crudo espionaje, o que la inquisitiva lista de preguntas sobre la salud de la presidenta argentina es hiriente. En este caso, Hillary hizo lo correcto: habló directamente con la presidenta para pedirle disculpas en persona. Un buen gesto, que deberá sumarse a otros de ambos lados para preservar la siempre compleja relación bilateral.
   Pero los estadounidenses se sienten injustamente exhibidos y escarnecidos, precisamente bajo el argumento de que todo el mundo hace lo mismo pero que sólo ellos parecen ser los villanos en el imaginario maniqueo de gente como Assange. Anne Applebaum, una columnista del Washington Post, criticó el doble estándar que está detrás de esta gran operación de difusión mediática. Applebaum da en el corazón del asunto cuando señala que un funcionario iraní jamás filtraría nada a Wikileaks, porque sabe que el régimen lo torturaría y asesinaría, y que luego haría lo mismo con su familia; o que un funcionario ruso siempre puede evitar la publicación de un comentario inconveniente, simplemente censurando a los medios mediante una orden telefónica. (Por no hablar de los grupos de caza y exterminio de la ex KGB). Assange, en cambio, enfrenta como máximo la cárcel en la civilizada Suecia.
   Es claramente mucho más fácil realizar este tipo de operaciones, dotadas de un aura a lo Robin Hood, contra una potencia democrática, como EEUU, que contra un régimen autoritario. En Medio Oriente poco se supo de las filtraciones que afectan a los gobiernos regionales, y que desnudan sus vinculaciones con EEUU e Israel en clave anti-iraní (“que le corten la cabeza a la serpiente”, reclamó el rey Abdullah, de Arabia Saudita, pidiendo el bombardeo de Irán cuanto antes). También se revela que los líderes árabes son muy afectos al alcohol, algo que perturbaría al público islámico. En China el bloqueo fue sencillamente total: nadie supo nada de Wikileaks. Nada de información que contamine al disciplinado pueblo chino. El mensaje de China a Washington fue por demás lacónico y categórico: arreglen este problema.
   Es que para la mentalidad totalitaria todo el asunto resulta inconcebible. El control férreo de la información es central en un sistema totalitario, o incluso en uno meramente autoritario, como el de la mayoría de los países árabes. ¿Cómo pudo un simple particular hacer tanto daño? se preguntarán en Pekín, agregando seguramente que a ellos esto nunca les pasaría.
   El caso Wikileaks también subraya, además de las diferencias sustantivas entre una potencia democrática y una dictatorial, que la “vieja” prensa independiente formada por empresas privadas cumple inmejorablemente la función de proveer información sensible y de alta calidad a los ciudadanos. Medios de prestigio mundial —los diarios The New York Times, The Guardian, Le Monde y El País, más la revista Der Spiegel— dieron a la filtración una excelente plataforma de expansión, pero a la vez editaron cuidadosamente el material, en acuerdo con Assange. El tópico, hoy en boga en América latina, de que los medios privados no pueden proveer información de calidad a la ciudadanía por el mero hecho de ser empresas capitalistas, se demuestra así totalmente falaz. El abismal contraste de calidad entre aquellos grandes medios privados y muchos medios estatales regionales viene a ratificar esta falacia.