miércoles, 28 de noviembre de 2018

Las fotos y las catapultas

Las fotos se han puesto de moda. No las selfies, sino las fotos de políticos en grupo. Todos sentados en una sala luminosa y anónima. Todos sonríen y claramente posan. Sonríen y posan. Es que se los han indicado el fotógrafo y el asesor en comunicación política. Simulan a veces una conversación. De trabajo, faltaba más. A veces hay un jefe; ubicado en el centro mira más allá. Qué inspiración, qué visión, qué equipo, no se entiende cómo no los llama Angela Merkel a su gabinete. Otras son de pares. O no tanto, pero lo que varía es tanto el número como la procedencia. La estética y el mensaje es siempre el mismo.
Pero bueno, a qué viene esta catarata de fotos posadas? Parece que hay algo de lo que sigue: la oposición ha descubierto que no todo consiste en oponerse con el estilo algo violento y rústico de los bárbaros del siglo V. No todo es lanzar lanzas, flechas y disparar catapultas cargadas de piedras al enemigo sitiado, o sea, al débil gobierno, hasta que caiga muerto. Algunos objetan que el gobierno se acribilla solo, sin necesidad de asaltos bárbaros. Pero ese es otro asunto. El caso es que esa conducta bélica queda mal, les han explicado los asesores, los especialistas en comunicación política, esos sumos sacerdotes forjados en charlas TED y dirección de focus group. El objetivo militar del asedio, el derribo y conquista, no resulta fotogénico, es inconveniente para la campaña que se avecina. Dicen incluso que no sería ético. Estos asesores son gente exótica, además de cara. 
Así que los jefes bárbaros dejan por un rato el asedio. Se pacta un armisticio, que puede durar dos horas, dos días o hasta dos semanas, todo depende de cómo vayan las cosas, es decir de qué le saquen al gobierno a cambio del alto del fuego temporal. Además sirve para reparar las catapultas y reponer las flechas. Los jefes de los bárbaros aprovechan para bañarse, afeitarse y hasta peinarse. Luego se visten de traje completo, con corbata incluida. Es que hay que hacer la bendita foto. La foto es la señal enviada a las clases medias. Debe ser de grupo. Pueden ser cuatro los fotografiados, pero también se han visto de 11, casi una docena completa. Todos, y esto es conditio sine qua non, deben sonreír como si acabaran de ganarse la lotería de Texas. O, lo que es todavía mejor, las elecciones presidenciales de 2019. En algunas fotos se pacta la igualdad entre los trajeados. En otras, hay un líder, fotogénico como galán mexicano, en el centro. Los demás son su equipo, que lo mira embobado por, se supone, sus sublimes palabras. Lástima que las fotos no tienen audio así que se pierden esos sensacionales pensamientos del líder con madera de presidente. La luz asimismo debe ser perfecta, la composición también, como en un cuadro del Renacimiento, o mejor del Barroco, más abigarrado en materia de grupos, luces y gestos. 
Es así como se ha puesto de moda la foto política. El mensaje a las clases medias sería este: nosotros también somos centristas y educados como uds desean. Somos los jefes de los bárbaros que asedian al gobierno que uds votaron, es cierto, pero miren qué civilizados que somos. Algo así habrán tramado los longobardos al invadir el norte de Italia, uno imagina. Luego de la sesión y de alguna votación en el Congreso que al gobierno le sale más cara que una central nuclear china, los señores dan una orden muda, con un leve movimiento de cabeza. Y sus huestes retoman las armas. Las tropas de asedio, frescas y repuestas, vuelven a su dura rutina bélica. 

viernes, 31 de agosto de 2018

Berlinguer, el comunista burgués. Una semblanza a propósito de los 40 años de la Primavera de Praga

Esta columna resultará algo extraña a los ojos de un liberal clásico. Advertencia hecha, paso al tema que me interesa. Los compañeros de vida y militancia de Antonio Gramsci, los comunistas italianos que estudiaron su obra de primera mano, sabían a partir de 1945 de tener que enfrentar una lucha cultural con un campo católico y otro liberal muy fuertes en Europa  por entonces. Resaltaba la escuela del liberal Benedetto Croce, filósofofo que tanto pesó en la formación y visión del propio Gramsci, además de la constelación de pensadores católicos, de enorme vigencia en la posguerra. A partir de esta realidad política y cultural de la época y de aplicar los conceptos centrales de Gramsci, los comunistas italianos daban la batalla como una partida de ajedrez de larga duración. Esta gimnasia política y cultural talló figuras de gran estatura, comenzando por Togliatti, editor de su amigo Gramsci. La gran paradoja es que esa lucha por la hegemonía cultural la ganaron casi por completo los comunistas italianos... pero cuando ya perdían la pelea de fondo. De esta paradoja _que revela que el concepto central de Gramsci, el de hegemonía, no era de vigencia absoluta, todo lo contrario, estaba subalternizado a la economía y a su "rendimiento" en términos de creación de bienestar_ nace el "eurocomunismo", el gran hallazgo de Enrico Berlinguer al inicio de los 70 para mantener una vigencia del PCI de otra forma inexplicable. El eurocomunismo era la admisión más o menos abierta de que comunistas ya no se podía ser en la Europa democrática de la Economía del Bienestar y ante el carácter indisimulablemente represivo y totalitario de la URSS, ratificado de la manera más brutal por la represión de la Primavera de Praga. En paralelo, Berlinguer desarrolla la estrategia de acercamiento con la Democracia Cristiana, al menos con su ala izquierda. Fue el "Compromiso histórico" una estrategia de alianza política y de clases según el concepto de "bloque histórico" de Gramsci. ╠

En suma, el acto de repudio del modelo soviético que fue el "eurocomunismo" llegó así, paradójicamente, en plena cuasi hegemonía cultural del PCI. Una hegemonía en serio: una franja clave de la multitudinaria clase media y casi toda la numerosa clase obrera de entonces, tributaban electoralmente al PCI berlingueriano. Gracias a esto, el PCI lidió casi de igual a igual con la gobernante Democracia Cristiana durante más de una década, forzándola a ampliar su coalición a partidos de centro y luego al socialismo de Bettino Craxi, con el que debió compartir el poder en serio hasta el final de la "primera República" por Mani pulite, a partir de 1991-92. Mientras, en el resto de Europa los PC decaían y eran sustituidos en la preferencia electoral por los socialistas, como ocurrió en Francia con el largo reinado Mitterrand desde 1981 y en España con el PSOE a partir de 1977/1982. Aunque no logró nunca la dirección de la sociedad que establece el concepto gramsciano de hegemonía (del que Gramsci da un ejemplo cabal con los moderados franceses en el siglo XIX),  esta cuasi hegemonía de la "sinistra" sí que alcanzó a imponer a amplios sectores sociales una visión del mundo, las categorías de análisis para comprender lo que ocurre. Como hacian esos moderados franceses un siglo antes. Esa construcción de las categorías con que se ve el mundo y la vida social, esa materia sociológica y cultural, la tenía la "sinistra" que giraba en torno al PCI de Berlinguer. Logro político/cultural que tan notoriamente no alcanzó nunca el liberalismo contemporáneo, como se observa con contundente claridad en Argentina. 
(Las fallas del liberalismo actual son visibles: salta de una filosofía de Popper, Locke y, bueno, Ayn Rand, a la economía pura sin transiciones y rellena lo demás con valoraciones de nulo rigor. Falta  una sólida sociología política, que el liberalismo no tiene. Tampoco cuenta con una legión de escritores, de novelistas, esa figura tan influyente en el siglo XX. La soledad de Vargas Llosa es elocuente. Una flaqueza que hace aún más ardua la de por sí difícil penetración del liberalismo en los ámbitos académicos, tan proclives a la izquierda, aunque más no sea por inercia y pose. Por cada politólogo de cierto nombre que se considera liberal debe haber tres docenas que se posicionan en las diversas izquierdas).


Volviendo a la Italia de los años 70, una recorrida por los manuales de literatura usados en la secundaria de la época sirve de ejemplo, entre muchos posibles, de esa hegemonía cultural. También vale observar el vocabulario utilizado ampliamente por el periodismo "burgués", o sea, por todo el periodismo salvo sus franjas extremas. Lo mismo ocurría en Francia, posiblemente en grado aún mayor, pero el PCF se hundía por su falta de renovación y lucidez. En cambio, en Italia, el gran éxito "burgués" de Berlinguer fue precisamente su "arrastre" en las urnas, una clase de victoria que para un comunista duro, stalinista-castrista, sólo merecía el desprecio. El "eurocomunismo" era para ellos lisa y llana traición a la URSS aunque fuese una aplicación del gramscismo. De hecho, la cúpula de la URSS amenazaba con romper el PCI para respaldar a los ortodoxos, y con esta amenaza refrenaba el impulso reformista de Berlinguer.

La compleja ambiguedad de la figura de Berlinguer es por todo esto fascinante. La vieja guardia no lo podía ver, pero su victoria interna era inevitable, mandatoria para acomodarse a un tiempo nuevo que rompía con la tradición stalinista después de las invasiones sangrientas de Hungría y, sobre todo y fundamentalmente, de Checoslovaquia (agosto de 1968: hace 40 años). En pleno 68, esta bestial represión militar llevó a la ruptura del PCI con los PC ortodoxos y al congelamiento de las relaciones con la URSS. El PCI de Luigi Longo, en el que Berlinguer era el número dos, usó la expresión "grave disenso" en la tapa del diario partidario L'Unitá para condenar la represión de los tanques de Brezhnev. Hoy suena eufemístico, entonces fue un punto de rotura. También hubo una crisis interna que derivó en la ratificación de la línea amiga de los comunistas reformistas checos de Dubcek y su Primavera de Praga, aniquilada en sangre, y, por otro lado, a la creación del grupo Il Manifesto, que al contrario que Berlinguer, veían en Praga la necesidad de radicalizar el comunismo y la lucha al capitalismo y criticaban a Dubckek por "socialdemócrata", o sea, por procapitalista. Los efectos de Praga y de este viraje socialdemócrata, reformista y ciertamente "burgués" del mayor partido comunista de Occidente se produjeron, combinados con el Mayo Francés, sobre toda la izquierda italiana: el hecho de que se mostraran ya sin velos la realidad del Gulag y los tanques aplastando estudiantes no permitió los eufemismos y silencios de 1956. Pese a las grandes limitaciones técnicas de los medios de comunicación de entonces si se los compara con los actuales.

Una situación, aquella del 68 italiano, que remite al apantallamiento de la represión chavista en 2017 y en 2018 a la sandinista en Nicaragua. Que, por ese desarrollo exponencial de los medios de comunicación resulta aún mucho más ardua y obscena. La reacción de una clase dirigente aún comunista pero ya democrática fue la opuesta al negacionismo que hoy muestra en bloque toda la izquierda latinoamericana ante la stalinización explícita del chavismo. En la Europa de 1968, los hechos de Praga avivaron _ante la imposibilidad casi ontológica de dejar de ser de izquierda_, la huida hacia adelante que representaron el grupo Il Manifesto, el maoísmo universitario (una generación que miraba con profundo desprecio a la URSS y al PC) y que poco después derivará en el guerrillerismo falsamente proletario de los años 70 italianos (que no fueron solo las Brigadas Rojas, sino decenas de otros grupos terroristas salidos del estudiantado universitario). Este marxismo radical ya no prosoviético era un camino sin salida alguna, como bien sabían Berlinguer y su círculo. En el caso de los intelectuales con cátedra de prestigio y de la burguesía culta de izquierda, se trataba más que nada de un elegante juego de salón; en el caso de los estudiantes, de un rito de iniciación que se acompañaba de tomas de universidades y colegios secundarios. Un mundo y una época que Nanni Moretti retrató desde adentro en sus películas juveniles. Pero el socialismo real como modelo había muerto, y el grupo dirigente del PCI de Longo y Berlinguer lo tenía clarísimo, mientras en América latina se le siguió haciendo el "aguante" a la burocracia criminal del PCUS hasta 1991. Los "eurocomunistas" se anticiparon 20 años a Gorbachov. Como Dubceck en Praga. En 1989/90, el PCI dejaría de ser tal y pasaría a llamarse Partido de la Izquierda Democrática, PDS. Berlinguer había muerto inesperadamente en 1984, pero sin dudas hubiese estado al frente de los reformistas de su partido.  

sábado, 19 de mayo de 2018

Lecciones de desarrollo que Argentina se niega a tomar en cuenta

No hay un caso en la historia económica mundial de un país que haya llegado al desarrollo sin largos períodos de inversión alta, fuerte ahorro interno, salarios moderados y un Estado que gasta no más del 20 a 30% de su riqueza anual (PBI). Con esta fórmula sencilla y racional muchos países han aumentado sustancialmente su nivel de vida en el último medio siglo. Argentina se empeña en ser la excepción. Y le va muy mal, como se vio por estos días, con una crisis que es una  copia de tantas anteriores, de décadas pasadas. 
Para dar solo un ejemplo, si a mediados de los años 50 a alguien se le hubiera ocurrido afirmar que Corea iba a superar por amplísimo margen el nivel de vida de Argentina hacia el año 2000 hubiera recibido una ráfaga de burlas. Sobre el nivel de Gasto, vale para Francia, por ej, que alcanza el 35% del gasto sobre PBI recién en los años 60, pese al modelo fuertemente estatista elegido desde 1945 por De Gaulle. Y la Alemania del "milagro alemán" gastaba aún menos: en torno al 30% también en los primeros años 60. Japón, el otro "milagro", no superaba el 20% del PBI en esos mismos años. El único que mantuvo el gasto en nivel alto, aún bajandolo de niveles estratosféricos luego de la guerra, fue Reino Unido, que mantuvo un piso de 40%. Pero Inglaterra fue el "gran enfermo de Europa" hasta la cura de caballo que le aplicó Thatcher a fines de los 70. Pero desde fines de los 60, todos los países europeos irían aumentando su gasto por razones previsionales y de salud pública muy vinculadas al fuerte envejecimiento de la población. El caso más claro, la Alemania post-democristiana de Willy Brandt, que pasó muy rápido del 30 al 40% del PBI y siguió sufiendo con la crisis del petróleo de 1973.
Pero realmente es un ejercicio valioso dar un vistazo comparativo con esas y otras naciones que han progresado continuamente en los últimos 50-60 años en lugar de quedar encerradas en este círculo vicioso y autodestructivo en el que sigue Argentina.
Como recordó el economista Guillermo Rozenwurcel, pero tambièn muchos historiadores económicos (Gerchunoff, Damián Bil, Cortés Conde) Argentina salió de manera forzada del modelo agroexportador en los años 30-40, montó una versión muy poco sustentable de industrialismo sustituidor de importaciones y desde entonces se ve envuelta en un conflicto distributivo y de desbalance estructural macro sin salida. 
La alta inflación es el mejor índice de este proceso de crisis crónica, mientras su causa de base es, no tanto la emisiòn monetaria, que también, sino una sociedad que en todos sus niveles no acepta iniciar aquel proceso de desarrollo serio y de largo plazo, riguroso y severo, porque aún vive anclada en la imagen de un país rico que no existe hace mucho, al que sólo habría que hacerle ajustes menores y graduales (la posición del presidente  Macri, al menos hasta la crisis cambiaria financiera de abril de 2018, de obvio origen en el sobregasto público y el déficit fiscal), o bien redoblar la opción populista (planteo de casi toda la oposición salvo minoritarias excepciones).
En estas décadas, y mientras Argentina bajaba año a año en el ránking internacional, otras naciones que a mediados del siglo XX eran muchísimo más pobres que ella, hoy son parte del grupo de naciones desarrolladas o están entre aquellas aún emergentes pero claramente encaminadas a ser desarrolladas. Todas, absolutamente todas, han pasado por largos procesos de ahorro interno y formación de capital ("acumulación"), en los que se priorizó, por acuerdo de los actores sociales, hacer ese esfuerzo y postergar el consumo. Algunos otros ejemplos además de los citados Japón, Francia, Alemania y Corea: hoy, sin dudas, China. De este lado del mundo, Chile es el caso más conocido, pero también valen Colombia y Perú. Brasil, pese a que los economistas no lo incluirían nunca en este lote, hizo grandes pasos adelante desde los años 50. Hoy tiene una política inestable que devora partidos tradicionales como bocados, pero no registra los temblores que sufre Argentina. Y los "mercados" le tienen tanta confianza que las inversiones extranjeras directas, esas que Macri no logró nunca atraer, entran a Brasil a gran escala: unos 80 mil millones de dólares en 2016, según la Cepal.
Pero sin dudas no es Brasil el mejor modelo, sino los otros países citados. Todos aplicaron aquella fórmula sencilla y lógica. Hoy se puede ver su éxito en China, que ya superó la primera etapa de acumulación dura y está pasando a la segunda, haciendo crecer el mercado interno, los salarios y el consumo. Tasas altísimas de inversión (de hasta 50% del PBI), fuerte ahorro interno (aunque Japón es el ejemplo más emblemático en este item) y acuerdo social para que el factor trabajo no suba por encima de su aumento de productividad, ni que las condiciones de contratación hagan que el inversor prefiera irse a otro país. Por supuesto, China es una dictadura y este modelo lo impuso el Estado, pero es evidente que tiene un alto consenso interno. Un factor común a todos estos países es que el gasto público no supera, en su etapa de crecimiento a tasas altas, el 25-30% del PBI. 
Un Estado chico no significa un Estado ausente ni mucho menos débil, como queda clarísimo no solo en China sino también en Japón, Corea o Chile. China, pese a ser una gran potencia mundial, a tener el PBI numero uno si se lo mide por el método de Paridad de Poder de Compra (PPP), a unas reservas de divisas enormes, ha sido muy "ortodoxa" en materia de gasto público. No superaba el 25% antes de la crisis internacional de 2008. De hecho llegó a 2010 por debajo de ese nivel. Desde entonces aumentó el gasto para compensar la caída de demanda externa, pero lo hizo moderadamente, hasta rozar el 32% en 2015. Y desde entonces baja gradual pero firmemente (datos tomados de Statista.com).
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La norma general es que las naciones emergentes no superan ese 30% de gasto y luego sí lo hacen cuando ya son sociedades plenamente desarrolladas, pero sin llegar a niveles "europeos". Es el caso de Japón y Corea. Argentina, en cambio, pasó en los años "K" de un 26% a un 48% del PBI de gasto público total, con un 7/8% de déficit fiscal. Es este gasto del nivel de Francia o Suecia, con un crónico déficit, el que está en la raíz de la crisis que estalló EN 2018 como reconocen todos los economistas serios. Ningún país de la región con "fundamentos" sanos tiene este nivel de gasto, ni mucho menos de inflación, una rareza argentina que causa estupor afuera. Si Brasil tiene problemas crónicos de bajo crecimiento y mucha deuda pública es también porque ha violado aquel principio no escrito. De manera que Argentina, en su atormentada historia económica del último medio siglo o más, nunca hizo un proceso de acumulación continuado y ordenado. O sea, no formó capital mediante ahorro e inversiones, durante muchos años continuados. Los procesos de ese tipo fueron puntuales, como la corta presidencia de Frondizi, y dieron paso rápidamente a largos períodos de alta inflación, puja distributiva y bajo crecimiento. Tal vez la última y mejor oportunidad para iniciar un proceso de esta clase fue la década "K", cuando los precios de las exportaciones primarias llegaron a su récord en más de un siglo. Pero como se sabe a partir de 2006-7 se optó por una receta opuesta: suba continua e improductiva del gasto, déficits fiscal y externo en lugar de los "superavits gemelos", inflación constante y creciente. El gradualismo macrista parece una receta demasiado tímida para semejante cuadro como indica el reciente remezón del dólar y como señalan los "ortodoxos", que sin embargo olvidan estudiar la viabilidad política de volver sin más a aquellos niveles bajos de gasto público prekirchneristas. 

sábado, 20 de enero de 2018

Razones religiosas del enojo de Bergoglio con el "new age" Macri

El distanciamiento inocultable entre el Papa Bergoglio y el presidente Macri se explica generalmente a partir del eje peronismo católico -antiperonismo liberal (la tesis de Sebreli y Loris Zanatta, del lado anticatólico). Pero se pueden sumar razones dentro del terreno propiamente religioso. Un aspecto que no choca con el anterior, sino que lo complementa, o más bien lo desborda.

Allá por 2012 el por entonces alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, auspició oficiosamente un masivo acto religioso de tono hinduista en los bosques de Palermo. Fue la recordada "meditación colectiva" del gurú indio Ravi Shankar. Unos años antes Macri y la fundación de Shankar habían firmado un acuerdo de colaboración. Vino después el acto "pagano" en la Quebrada de Humahuaca en diciembre de 2015 y las "blasfemas" declaraciones del asesor Durán Barba. Se sabe o se cree que Macri practica este tipo de creencias, despectivamente englobadas como New Age. Se trata de una mezcla, ligera y multiforme, siempre abierta a novedades, en la que se suman elementos budistas, hinduistas y del Tao de Lao Tsé y como práctica corporal, mucho yoga. Técnicas de respiración, como la que vino a enseñar Shankar aquel año, y un panteísmo ecologista. La lista varía mucho según la persona, dado el carácter radicalmente abierto y no institucionalizado de estas creencias.

El desprecio de los religiosos tradicionales por esta nueva tendencia no podría ser mayor. Una irritación explicable: estas nuevas religiones les están "comiendo" buena parte de su base de creyentes. En el caso de la Iglesia católica, mientras ha perdido creyentes en los sectores populares a manos de las iglesias evangelistas, la clase media urbana, que es su último bastión, se vuelca, o por un agnosticismo indiferente, o por este espiritualismo conformado con lecturas de gurúes, divulgaciones del budismo e hinduismo y un vasto etcétera de textos, fuentes y autores.

Desde el monoteísmo se responde con arrogancia a esta novedad. "Falsa espiritualidad" es lo menos que se les dice a estos nuevos religiosos sin iglesia. La furia monoteísta tiene su razón de ser: a diferencia de las iglesias históricas, que tienen un corpus dogmático solo revisable por sus propios clérigos y laicos calificados (los concilios, en el caso católico) en estas nuevas creencias todos aportan lo suyo, cada creyente tiene su punto de vista y retira de la góndola de creencias aquello que considera mejor para él. Un poco de Tao, otro del Buda, una buena porción de cosmología hinduista, y así. Hasta el dios cristiano y su hijo crucificado pueden tener su lugar: bienvenidos sean, pero son uno más en el coro de opiniones. Como se dijo, esta nueva religión causa una mezcla de desprecio, ironía y repudio en los "verdaderos" religiosos. Pero, al no poder ejercer ya como en los buenos tiempos la coerción física más extrema, no les queda otra alternativa que observar cómo crece la nueva tendencia. Surgidas al calor de los años 60, con antecedentes en el orientalismo de minorías cultas, las nuevas religiones van instalándose en una sociedad muy secularizada, entre esa clase media urbana que ha dejado vacías las iglesias católicas. No por casualidad la visita a Chile de Bergoglio salió tan mal: es, junto con Uruguay, el país más secularizado de América latina, mucho más que Argentina, según el estudio de Latinobarómetro publicado en vísperas de la llegada del Papa a Santiago.
El fondo de toda la cuestión es que ya casi nadie acepta someterse a una religión dogmática e institucionalizada como las monoteístas. El monoteísmo resulta hoy particularmente antipático: ese dios único es un padre autoritario, violento, muy habituado a castigar, incluso a quitar la vida. Su bondad solo asoma después de la sumisión, de la humillación, del pedido de perdón del pecador castigado. El cristianismo, forzado por su convivencia en Occidente con una modernización que lo fue sacando del centro de la escena, ha tratado de actualizar esa imagen negativa y anticuada del dios padre. El islam, totalmente impermeable a toda modernización de costumbres y valores, sigue impertérrito enseñando la sumisión absoluta a un dios cruel. Por algo la acepción de la palabra islam es "sumisión". Pero todo el monoteísmo alaba la sumisión. El ritual de arrodillarse, y en el caso del islam, directamente de postrarse (¡cinco veces al día, durante toda la vida!) indica que la humillación es parte relevante, sino esencial, en estas religiones del Libro.
Otro aspecto central es la sexofobia sin cuartel del monoteísmo. El desprecio por el cuerpo y la sexualidad, que se viven culposamente toda la vida. O se la reprime sin más, en el caso de los clérigos. Pero como es una pulsión y una estructura biológica, vuelve de la peor manera: como una perversión que se vuelca sobre los niños. De ahí el sistemático drama de la pedofilia de sotana, que se repite una y otra vez al negarse su origen. Al contrario, el nuevo religioso vive su sexualidad como casi todos los contemporáneos: sin mayores complejos ni grandes culpas. El goce no se reprime, al contrario, se busca. Este cambio de 180º se incorpora con toda naturalidad a la práctica religiosa new age.
 
 El cristianismo tiene asimismos una figura que todo lo dice sobre la minoridad permanente a que se somete al fiel monoteísta: la parábola de la oveja perdida y del buen pastor, las ovejas del rebaño, la grey. El Papa reclamó como se recordará a sus sacerdotes ostentar más "olor a oveja". Pero ocurre que reducir la persona a una oveja obediente en su rebaño no es una metáfora afortunada en los tiempos que corren. Al contrario, provoca rechazo o sencillamente repugna: "¿Yo, una oveja del rebaño? Vaya a otro lado con eso". El "new age" en cambio, es un individuo soberano: escucha a sus gurúes de cabecera, compra sus libros, anota sus frases. Establece una relación entre maestro y discípulo a distancia, no la de un dios totopoderoso, sus representantes privilegiados -los clérigos- y el creyente sometido, reducido a uno más del rebaño. Al catolicismo y al resto del cristianisno, pese a los esfuerzos de actualización que han hecho, les cuesta dar el gran paso: dejar el báculo de pastor, olvidarse de ese rol, y admitir que el dios padre de antaño, figura que sustenta la antigua sociedad patriarcal autoritaria premoderna, debe mejorar mucho su carácter, actualizar su pedagogía y olvidar sus permanentes amenazas de muerte si no quiere que sus fieles dejen de serlo y se vayan a otra parte. Como están haciendo hace años.
 Y, como se ha dicho, es la clase media urbana -la única que aún tiene en su área de influencia la Iglesia católica-, la más activa en la difusión de estas nuevas creencias. Su rasgo esencial es ser doctrinas antidogmáticas, ajenas a instituciones y sacerdotes y abiertas a replanteos y novedades. No hay "apostasía", nadie se hace hinduista ni budista, sino simpatizante de sus doctrinas, o de algún determinado aspecto de ellas. El fracaso del movimiento Hare Krishna es claro al respecto. Y es este planteo elástico y decididamente contemporáneo de la religiosidad el que saca de las casillas a los  monoteístas, porque les avisa que a sus religiones les puede estar llegando el fin de su tiempo histórico, el momento de su caducidad. Como ha ocurrido con tantas otras creencias a lo largo de la larga historia humana. Las religiones que el cristianismo sustituyó también se creian eternas y había dominado milenios en algunos casos. Como se ve, el asunto de fondo va muchísimo más allá del anecdótico y provincial tema del peronismo del Papa Francisco.