sábado, 25 de octubre de 2008

Afjp: de nuevo la psicología K del hecho consumado

Durante septiembre, cuando estalló la crisis de Wall Street, la sociedad estadounidense y el mundo entero asistieron a un debate público, directo y transparente. Henry Paulson y Bush enviaron al Congreso su primer borrador de ley para enfrentar la emergencia. Que, pese a la debacle financiera en pleno auge y mientras caían bancos todos los días, la Cámara Baja rechazó. Siguió una semana de furia, con Paulson y Bernanke dando explicaciones a los congresistas bajo riguroso interrogatorio y cediendo en muchos puntos, mientras demócratas y republicanos hacían valer sus votos, mostrando al mundo cómo trabaja un Congreso independiente en serio, aún en una emergencia nacional. Finalmente llegó el esperado Sí. La crisis siguió, como todos sabemos. Pero EEUU hizo su parte a la luz pública y de manera plenamente republicana.
Pocas semanas después, en los jardines de Olivos, no más de cuatro personas decidían, asado mediante y en total secreto, el destino de millones de futuros jubilados. Estaban confiscando los ahorros previsionales privados de esos ciudadanos. Que se enteraron por los diarios amigos del gobierno del hecho consumado. Luego, con la pretensión de que sea un mero corolario formal, se envió al Congreso el proyecto, nuevamente como paquete cerrado, como ya se había hecho con la fatídica 125. Llave en mano, no negociable. Pese al negro resultado de la experiencia con el proyecto para subirle las retenciones al agro, el gobierno K repitió el procedimiento: todo se fraguó en secreto, no negociado ni negociable, a todo o nada. Esta reincidencia de procedimiento indica claramente que existe una psicología en el núcleo del poder que supera los instintos políticos más básicos, esos que hacen aprender de las derrotas. El poder K no se concibe ni se ejerce con la negociación, mucho menos con el diálogo a la luz del día, como hizo la administración Bush con el Congreso. Esta caracterización queda firme más allá de lo que suceda con el trámite parlamentario y su previsible vals de cambios, negativas y ofertas de todo tipo. Porque el gesto del hecho consumado, del puñetazo salido de la nada, ya se cumplió. Nuevamente.
En segundo lugar, detrás de la inopinada medida puede percibirse un background de cerril anticapitalismo. No es este sesgo una novedad en el universo K, pero el caso de las Afjp muestra una nueva faceta del asunto. Tener una cuenta en las administradoras de pensiones significaba para los aportantes seguir en alguna medida los mercados financieros y leer los informes trimestrales sobre el rendimiento de la inversión que hacía la AFJP libremente elegida por cada uno de ellos. Un poco como hacen desde hace décadas los futuros jubilados americanos. En suma, implicaba familiarizarse en cierto grado con la cultura de los mercados, con sus hábitos, su vocabulario y su lógica. Y esto de ver a millones de ciudadanos involucrados en su futuro mediante inversiones financieras de riesgo, adoptando casi sin darse cuenta una buena dosis de cultura de mercado, debía resultar una imagen indisgesta, insoportable, para los cruzados del anticapitalismo K.

lunes, 20 de octubre de 2008

Joe el plomero trucho puso el dedo en la llaga fiscal de Obama

Barack Obama ganará con seguridad el 4 de noviembre. Pero es indudable que con el episodio de Joe el plomero, pese a que resultó bastante trucho el hombre, le entró una bala. El punto es que Joe, pese a no tener matrícula, metió el dedo en la llaga fiscal: Obama puso el listón fiscal en los 250 mil dólares; de ahí para arriba, meterá más impuestos, aún a pequeñas firmas como la que quiere adqurir el plomero no matriculado de Ohio. Obama le respondió a Joe que su cifra de corte deja eximidas al 95% de las familias americanas y al 98% de las pymes. Puede ser, pero la empresa que quiere comprar Joe está por encima de ese límite, en el 2% restante, y no parece que se trate de una gran pyme, al contrario. El episodio evidenció el carácter depresor que puede tener el activismo fiscal, cuando en general es visto como lo contrario. Porque meterle Ganancias del 39%, como propone Obama, a una pyme que factura 251 mil dólares realmente parece demasiado (todo este argumento vale si tengo claro el esquema fiscal americano y no es, el de 250 mil dólares, un techo sólo aplicable a los salarios).
En segundo lugar, el programa fiscal de Obama, igual que el de McCain, promete recortes que agudizarán el ya enorme déficit fiscal americano. El independiente Tax Policy Center señala que el demócrata propone un recorte de 2,9 billones de dólares en el período 2009-18. McCain no se queda atrás: 4,2 billones. Nadie cree seriamente que estos recortes fiscales puedan sostenerse sin aumentar el déficit y la deuda pública. "El plan de Obama tiene muchas virtudes, pero sus propuestas de ahorrar son una quimera... no estamos hablando de un déficit del 5% del PBI, sino de uno muchísimo más grande", señaló en el New York Times David Brooks, en uno de los tantos artículos que reproduce La Nación en estos días de crisis. Claro que tal vez EEUU aún pueda darse estos lujos: en plena crisis de Wall Street, con la Fed prestando a bancos en alto riesgo, los inversionistas de todo el mundo compran a manos llenas bonos del Tesoro americano, además de dólares. Ningún otro país puede entrar en picada de esa forma y a la vez vender sus bonos y su moneda con tanto éxito. Esto le da a EEUU y a su gobierno un margen de maniobra que ninguna otra economía nacional posee.
Pero a mediano plazo la falacia del recorte fiscal en un país con alto déficit y una consecuente deuda pública acumulada y en crecimiento, no puede sostenerse por mucho tiempo. La receta keynesiana de gastar más es difícil de aplicar cuando se viene gastando más desde hace años. Bush recibió de Clinton, un demócrata moderado fiscalmente, un superávit de alrededor de 250 mil millones de dólares en enero de 2001. Ocho años después deja un déficit al menos tres veces mayor. Así, apretar el botón del gasto público no luce como la mejor de las recetas, salvo por la excepción recién apuntada.
Por esas paradojas que tiene la vida, el gobierno argentino padece una situación bastante parecida: aunque no tiene déficit, sobregastó locamente en los últimos años para mantener el crecimiento en el rango del 8% del PBI, pero así aceleró la inflación y esto deterioró el tipo de cambio. Ahora, cuando sí debería gastar más, no tiene fondos para hacerlo (nunca construyó un fondo contracíclico y de hecho está cortando el gasto en obra pública) y una devaluación importante devastaría al ya decaído salario real y dispararía la inflación. A propósito de falta de plata: el gobierno acaba de anunciar la eliminación de las AFJP.