sábado, 19 de mayo de 2018

Lecciones de desarrollo que Argentina se niega a tomar en cuenta

No hay un caso en la historia económica mundial de un país que haya llegado al desarrollo sin largos períodos de inversión alta, fuerte ahorro interno, salarios moderados y un Estado que gasta no más del 20 a 30% de su riqueza anual (PBI). Con esta fórmula sencilla y racional muchos países han aumentado sustancialmente su nivel de vida en el último medio siglo. Argentina se empeña en ser la excepción. Y le va muy mal, como se vio por estos días, con una crisis que es una  copia de tantas anteriores, de décadas pasadas. 
Para dar solo un ejemplo, si a mediados de los años 50 a alguien se le hubiera ocurrido afirmar que Corea iba a superar por amplísimo margen el nivel de vida de Argentina hacia el año 2000 hubiera recibido una ráfaga de burlas. Sobre el nivel de Gasto, vale para Francia, por ej, que alcanza el 35% del gasto sobre PBI recién en los años 60, pese al modelo fuertemente estatista elegido desde 1945 por De Gaulle. Y la Alemania del "milagro alemán" gastaba aún menos: en torno al 30% también en los primeros años 60. Japón, el otro "milagro", no superaba el 20% del PBI en esos mismos años. El único que mantuvo el gasto en nivel alto, aún bajandolo de niveles estratosféricos luego de la guerra, fue Reino Unido, que mantuvo un piso de 40%. Pero Inglaterra fue el "gran enfermo de Europa" hasta la cura de caballo que le aplicó Thatcher a fines de los 70. Pero desde fines de los 60, todos los países europeos irían aumentando su gasto por razones previsionales y de salud pública muy vinculadas al fuerte envejecimiento de la población. El caso más claro, la Alemania post-democristiana de Willy Brandt, que pasó muy rápido del 30 al 40% del PBI y siguió sufiendo con la crisis del petróleo de 1973.
Pero realmente es un ejercicio valioso dar un vistazo comparativo con esas y otras naciones que han progresado continuamente en los últimos 50-60 años en lugar de quedar encerradas en este círculo vicioso y autodestructivo en el que sigue Argentina.
Como recordó el economista Guillermo Rozenwurcel, pero tambièn muchos historiadores económicos (Gerchunoff, Damián Bil, Cortés Conde) Argentina salió de manera forzada del modelo agroexportador en los años 30-40, montó una versión muy poco sustentable de industrialismo sustituidor de importaciones y desde entonces se ve envuelta en un conflicto distributivo y de desbalance estructural macro sin salida. 
La alta inflación es el mejor índice de este proceso de crisis crónica, mientras su causa de base es, no tanto la emisiòn monetaria, que también, sino una sociedad que en todos sus niveles no acepta iniciar aquel proceso de desarrollo serio y de largo plazo, riguroso y severo, porque aún vive anclada en la imagen de un país rico que no existe hace mucho, al que sólo habría que hacerle ajustes menores y graduales (la posición del presidente  Macri, al menos hasta la crisis cambiaria financiera de abril de 2018, de obvio origen en el sobregasto público y el déficit fiscal), o bien redoblar la opción populista (planteo de casi toda la oposición salvo minoritarias excepciones).
En estas décadas, y mientras Argentina bajaba año a año en el ránking internacional, otras naciones que a mediados del siglo XX eran muchísimo más pobres que ella, hoy son parte del grupo de naciones desarrolladas o están entre aquellas aún emergentes pero claramente encaminadas a ser desarrolladas. Todas, absolutamente todas, han pasado por largos procesos de ahorro interno y formación de capital ("acumulación"), en los que se priorizó, por acuerdo de los actores sociales, hacer ese esfuerzo y postergar el consumo. Algunos otros ejemplos además de los citados Japón, Francia, Alemania y Corea: hoy, sin dudas, China. De este lado del mundo, Chile es el caso más conocido, pero también valen Colombia y Perú. Brasil, pese a que los economistas no lo incluirían nunca en este lote, hizo grandes pasos adelante desde los años 50. Hoy tiene una política inestable que devora partidos tradicionales como bocados, pero no registra los temblores que sufre Argentina. Y los "mercados" le tienen tanta confianza que las inversiones extranjeras directas, esas que Macri no logró nunca atraer, entran a Brasil a gran escala: unos 80 mil millones de dólares en 2016, según la Cepal.
Pero sin dudas no es Brasil el mejor modelo, sino los otros países citados. Todos aplicaron aquella fórmula sencilla y lógica. Hoy se puede ver su éxito en China, que ya superó la primera etapa de acumulación dura y está pasando a la segunda, haciendo crecer el mercado interno, los salarios y el consumo. Tasas altísimas de inversión (de hasta 50% del PBI), fuerte ahorro interno (aunque Japón es el ejemplo más emblemático en este item) y acuerdo social para que el factor trabajo no suba por encima de su aumento de productividad, ni que las condiciones de contratación hagan que el inversor prefiera irse a otro país. Por supuesto, China es una dictadura y este modelo lo impuso el Estado, pero es evidente que tiene un alto consenso interno. Un factor común a todos estos países es que el gasto público no supera, en su etapa de crecimiento a tasas altas, el 25-30% del PBI. 
Un Estado chico no significa un Estado ausente ni mucho menos débil, como queda clarísimo no solo en China sino también en Japón, Corea o Chile. China, pese a ser una gran potencia mundial, a tener el PBI numero uno si se lo mide por el método de Paridad de Poder de Compra (PPP), a unas reservas de divisas enormes, ha sido muy "ortodoxa" en materia de gasto público. No superaba el 25% antes de la crisis internacional de 2008. De hecho llegó a 2010 por debajo de ese nivel. Desde entonces aumentó el gasto para compensar la caída de demanda externa, pero lo hizo moderadamente, hasta rozar el 32% en 2015. Y desde entonces baja gradual pero firmemente (datos tomados de Statista.com).
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La norma general es que las naciones emergentes no superan ese 30% de gasto y luego sí lo hacen cuando ya son sociedades plenamente desarrolladas, pero sin llegar a niveles "europeos". Es el caso de Japón y Corea. Argentina, en cambio, pasó en los años "K" de un 26% a un 48% del PBI de gasto público total, con un 7/8% de déficit fiscal. Es este gasto del nivel de Francia o Suecia, con un crónico déficit, el que está en la raíz de la crisis que estalló EN 2018 como reconocen todos los economistas serios. Ningún país de la región con "fundamentos" sanos tiene este nivel de gasto, ni mucho menos de inflación, una rareza argentina que causa estupor afuera. Si Brasil tiene problemas crónicos de bajo crecimiento y mucha deuda pública es también porque ha violado aquel principio no escrito. De manera que Argentina, en su atormentada historia económica del último medio siglo o más, nunca hizo un proceso de acumulación continuado y ordenado. O sea, no formó capital mediante ahorro e inversiones, durante muchos años continuados. Los procesos de ese tipo fueron puntuales, como la corta presidencia de Frondizi, y dieron paso rápidamente a largos períodos de alta inflación, puja distributiva y bajo crecimiento. Tal vez la última y mejor oportunidad para iniciar un proceso de esta clase fue la década "K", cuando los precios de las exportaciones primarias llegaron a su récord en más de un siglo. Pero como se sabe a partir de 2006-7 se optó por una receta opuesta: suba continua e improductiva del gasto, déficits fiscal y externo en lugar de los "superavits gemelos", inflación constante y creciente. El gradualismo macrista parece una receta demasiado tímida para semejante cuadro como indica el reciente remezón del dólar y como señalan los "ortodoxos", que sin embargo olvidan estudiar la viabilidad política de volver sin más a aquellos niveles bajos de gasto público prekirchneristas.