jueves, 31 de enero de 2008

Los medios y el monopolio de la ética de la izquierda

Entusiasmado por este nuevo medio, el blog, y, muy especialmente, por el arrasador índice de lectura que tuvo mi primer post, envío a las imprentas esta columna, que tenía arrumbada en alguna carpeta pero que posee indudable actualidad.


El asedio y posterior asalto a los medios de comunicación independientes venezolanos emprendida por Chávez sirve para poner negro sobre blanco la actitud de la izquierda y del llamado progresismo, frente a la libertad y pluralidad de expresión.

No es casual que ningun partido ni sindicato de esta área ideológica haya condenado la clausura de Rctv en mayo de 2007, ni haya pensado hacerlo, pese a que 3.000 trabajadores perdieron sus puestos y los venezolanos se quedaron sin el canal de "toda la vida".

Al contrario, la izquierda dura, pero también su hermanito educado, el progresismo, comparten la retórica, la conducta y, sobre todo, los objetivos de Chávez respecto de los medios de comunicación. Estos objetivos apuntan a la construcción de medios puramente estatales o para-estales (los, en el escenario venezolano, mal llamados "alternativos"), para sustituir a los privados, los odiados "medios capitalistas".
Esta posición se sostiene argumentando que los periodistas en una sociedad liberal-capitalista son sometidos por los dueños de los medios a dar una información y una versión de los hechos que, no sólo no es la de ellos, sino que en tanto y en cuanto es la de los propietarios, es falsa per se. (Pero, mientras se sueña con un escenario chavista, no se desecha la apetecible opción de ir ocupando puestos en los medios patronales, habitualmente mucho mejor redituados que los "militantes", de "periodismo social", etc. La época heroica del periodismo obrero, hecho en el tiempo libre que dejaba la fábrica, desapareció hace tiempo, con nuestros abuelos).

Todo el razonamiento, sin embargo, es radicalmente falaz: porque aún con los límites intrínsecos de economías y sociedades subdesarrolladas como las latinomericanas, el modelo demoliberal de periodismo da los mayores márgenes de libertad y pluralismo dentro de los modelos en debate. (Venezuela es un ejemplo viviente de esto: había mucha más libertad y pluralismo informativo hace 10 años que hoy). En el sistema demoliberal se garantiza la multiplicidad de culturas e ideologías propia de sociedades democráticas: así, hay medios de derecha, de centro y de izquierda; laicos y confesionales; netamente conservadores y liberales progresistas, socialdemócratas y de izquierda radical, etc. Por supuesto, este sistema funciona mucho mejor, como todo, en los países desarrollados, donde hay más dinero, mejor marco institucional, justicia independiente, cultura empresaria editorial (punto muy importante), alto nivel de educación general, etc. En el sistema demoliberal, un periodista que es de izquierda, por ejemplo, trabaja normalmente para un medio de esa orientación. Si decide hacerlo para uno de centroderecha, por caso, es su libre decisión. Nadie lo obliga, y lógicamente debe acatar la línea editorial del medio que eligió.

El mismo razonamiento, por supuesto, vale a la inversa. Nadie imagina a un periodista liberal trabajando para un diario de izquierda, pero si se diera el inusual caso, y este imaginario informador tratara de imponer al medio que lo emplea sus opiniones pro-mercado rápidamente sería llamado al orden o echado sin muchos preámbulos. Y todo el mundo estaría de acuerdo en que se hizo lo justo.

Singularmente, extrañamente, la inversa no funciona en algunos casos en Argentina. A veces, exigirle a un periodista que respete la línea editorial del medio es tomado como una injuria, un atentado a la libertad de informar. Desubicada reacción que se fundamenta en la arriba esbozada teoría de la dictadura de opinión del capital. Y esta visión se consolida porque actualmente se practica, en un clima de progresismo a la latinoamericana casi hegemónico, un terrorismo moral que reclama para este sector el monopolio de la verdad informativa y de la ética profesional. No hay horizonte ético más allá del que trazan la izquierda y el progresismo. Así se anula la normal contraposición dialéctica democrática entre izquierda y derecha, para anteponer un dogma, tácito pero infranqueable e innegociable, que elimina ese escenario de normal debate democrático. Si la moral nos pertenece exclusivamente, porque está, inextricable e irrevocablemente, soldada a nuestros valores político-ideologicos _y solamente a ellos_, los demás únicamente pueden ser mercenarios, traidores, cínicos profesionales, vendidos, idiotas útiles, etc. Existe por lo tanto un cuadro que sólo puede calificarse con terminología clínica: delirio de superioridad moral. Es a partir de este gesto, o síntoma, que la izquierda criolla clausura el disenso y se autoarroga el monopolio, ya no sólo ético, sino también informativo. Concibiendo el ejercicio de informar como una épica, una militancia, una lucha maniquea contra la injusticia de los poderosos y sus múltiples máscaras. En ese combate diario y sin pausas, los más despreciables resultan los esbirros del enemigo, los amanuenses mercenarios que actúan en los medios del poder y disciplinan a sus periodistas. No importa: la verdad de los oprimidos, están ellos ciegamente seguros, siempre se impondrá al poder.

miércoles, 30 de enero de 2008

De La Tablada y la Brigadas Rojas a Lilita y el poder K

Se cumplieron 19 años de La Tablada. Crónica pasó las imágenes del combate, con el deplorable relato de sus periodistas. "Miren, como tiran allá, esto es un infierno,etc.". Nunca una precisión, un relato equilibrado de lo que el cronista ve y escucha. En fin, el asunto es que en La Tablada murieron 39 personas, 26 guerrilleros y 13 militares y policías. No se sabe de un homenaje oficial para estos últimos, caídos, se presume, en defensa de la democracia y la Constitución. Igual cosa ocurre con los caídos en el alzamiento del carapintada Seineldín de diciembre de 1990. Creo que la viuda del 2º jefe del regimiento de Granaderos, asesinado por sus camaradas literalmente subversivos, le hizo juicio al Estado por daño moral. Todos ellos fueron "removidos", como dirían los italianos. Es decir, quitados de la memoria colectiva.
Y en Italia, justamente, acaba de darse por la Rai la versión teatral de "Empujando la noche más allá", libro autobiográfico y a la vez ensayístico de Mario Calabresi, hijo de un comisario asesinado por el grupo terrorista Lotta Continua en 1972. Con gran equilibrio y hasta elegancia, Calabresi hace una recriminación al Estado italiano por el olvido de las victimas del terrorismo, mientras los asesinos, de su padre y de otras victimas posteriores, no solo están libres hace años sino que dan clases, escriben columnas en la prensa y son entrevistados a menudo. Que quede claro, Calabresi no es de derecha, es una persona particularmente lúcida y equilibrada. Habla, sobre aquellos años, de "un Estado opaco, represivo, y una contestación que comenzaba a tomar tonos violentos. En este choque, mi padre fue aplastado". No es, claramente, el lenguaje de un ultramontano revanchista.
Me gustó enormemente un señalamiento que hizo durante la trasmisión: dijo que acababa de volver de EEUU, donde se preparan las conmemoraciones de los grandes protestas estudiantiles del 68. "Allá la contestación juvenil dio lugar a un cambio cultural que produjo Silicon Valley, Internet, que dio a Steve Jobs y Apple". Efectivamente, en "América" no hubo brigadas rojas ni marxismo-leninismo hegemónico en la educación y la cultura como sí los hubo en Italia, Francia y America latina. Los resultados están a la vista.
Aunque en Argentina solemos dar a Italia como un ejemplo de democracia que reprimió el fenomeno terrorista con la ley en la mano (o al menos así era hasta la era K: recuérdese la remoción del prólogo original del Nunca Más por orden presidencial), allá las víctimas del terrorismo como Calabresi se sienten abandonadas por el Estado y por quienes encarnan el Estado o sea, por "los políticos". Llevados por cierto vergonzante pero persistente instinto que les aconseja no acercarse a esas viudas e hijos tan problemáticos. Mejor "lasciar perdere", dejar pasar.
Ni uno, recuerda Mario Calabresi, de los escritores e intelectuales que lincharon mediáticamente a su padre y que así indujeron su asesinato (por la muerte bajo detención del anarquista Pinelli) dieron jamás sus excusas. El semanario L'Espresso publicó por entonces un manifiesto con más de 800 firmas que condenaba a Calabresi como "un torturador", sin márgenes de duda. Dario Fo hizo fortuna con su obra teatral "Muerte accidental de un anarquista". Una prolija investigación judicial demostró sin embargo que efectivamente la de Pinelli fue una muerte accidental y que Calabresi no estaba presente cuando ocurrió. La condujo el juez Gerardo D'Ambrossio, quien años después sería parte del proceso Mani Pulite. También vino a saberse que Pinelli mantenía cierta amistad con Calabresi desde tiempo antes del arreto, y que le había regalado una antología del poeta americano Edgar Lee Masters. (Calabresi no era un policía bruto: había estudiado el liceo clásico y una licenciatura en Jurisprudencia). Pero por puro conformismo, en los medios es mejor contratar a Adriano Sofri, el último de los terroristas condenados por el caso Calabresi, aún hoy en la cárcel, para que escriba una columna de opinión, que entrevistar a Mario Calabresi o a cualquiera de los tantos hijos de policías rasos, de jueces, pero también de delegados gremiales, asesinados por el terrorismo "rojo". (De paso: no es que Sofri esté preso desde 1972. Fue condenado recién en 1997. Lo que demuestra, por enésima vez, que la prescripción no vale en delitos de terrorismo). Pero si compararan, si pudieran comparar, la situación italiana con la argentina, las victimas italianas se darían por satisfechas.
Es cierto, aquí en Argentina verdaderamente muchos familiares de víctimas del terrorismo son periodística y éticamente impresentables: simplemente porque defienden abiertamente el terrorismo de Estado. Pero hay otros familiares de víctimas que no caen en esa aberración de la que no hay retorno. Ahí está Larraburre, por ejemplo. Pero es un paria, pese a ser un hombre justo que sólo quiere justicia. Alguien al que nadie entrevista, ni La Nación se animó. La Capital le hizo una nota en un bar, con Razzetti, como para compensar. Muy bien igual, quede claro. Pero no alcanza.
El asunto es que en Italia un programa de alto rating de la TV estatal, bajo un gobierno de centroizquierda, dedicó dos horas a Calabresi y a las víctimas del terrorismo "rojo". Una excepción, verdad, pero ahí está. En Argentina nadie se atreve a decir desde un puesto mediático prominente que ERP y Montoneros fueron terroristas y que cometieron, como es obvio, delitos de lesa humanidad, como han dicho recientemente de las Farc estadistas europeos como Zapatero, Solana, Barroso y Sarkozy. Pero sostener esta obviedad es caer en delito de lesa ciudadanía, en el sentido de perder el derecho cívico básico a entrar en el ágora a debatir. Bajo la conminación castradora de la "teoría de los dos demonios", el pobre Larraburre es sepultado en el silencio, junto con quien, circunstancialmente, se anime a darle un espacio público o, peor, a darle la razón (como hizo el fiscal federal de Rosario). Decir que la doctrina de la Corte argentina, que limita el delito de lesa humanidad al Estado, no existe en el mundo, que la CPI de La Haya aplica el criterio contrario, que lo mismo ocurre con el Tribunal de la ONU para la ex Yugoslavia, que cuanto más amplio es el criterio utlizado, más protectivo es el derecho, etc; todo esto viene "removido".
Así las cosas, ojalá tuviéramos un escenario italiano. Y esto vale en todo sentido: ojalá acá tuviéramos más Larraburre, a familiares de víctimas como Calabresi y los otros que se vieron en el programa de la RAI: aún dolidos pero moralmente equilibrados, democráticos hasta la médula, a años luz de cualquier posible reivindicación, por ligera que pudiera ser, de la represión ilegal. Al contrario, continuamente ligaban sus tragedias a las víctimas del terrorismo "negro", el de las llamadas, en Italia, "masacres". Eran las bombas que la ultraderecha italiana vinculada a los "servicios" ponía en sitios públicos, como Piazza Fontana y la estación de trenes de Bolonia. Y por el otro lado, aún los ex terroristas y aquellos que practicaron la militancia de extrema izquierda justificando activamente la "lucha armada", han hecho casi todos un mea culpa muy crítico de sus aberraciones juveniles. Valga como ejemplo excelso el de Paolo Flores d'Arcais, autor, a inicios de los 90, de un libro clave: "La remoción permanente". Flores es allí implacable consigo mismo (comenta y "destruye" sus propios escritos juveniles, que publicaba en uno de los tantos periódicos estudiantiles de la época).
Acá, en cambio, la izquierda, primero, se quedó muda y a la defensiva (caída del Muro y Urss mediante), luego aceptó en los 90 cierto repliegue táctico hacia posturas de tipo socialdemócrata, o sea, hacia las únicas que una persona democrática puede sostener siendo de izquierda. Pero después, a partir de la crisis del menemismo tardío y de la Alianza, volvió por sus fueros. Bastaría para probarlo, si se tuviera paciencia china, con hacer un repaso de la involución de Le Monde Diplomatique; de intelectuales como Atilio Borón; de tanto periodista forjado en Pagina 12. Sirva de ejemplo de este primitivismo estandarizado un caso que me pasó en mi trabajo: el corresponsal en Bs. As me escribe un buen día desde La Paz. Era justo cuando Evo estaba por hacer votar como fuera su nueva Constitución. Había ido a La Paz invitado por una ONG de izquierda, para hacer la apología del indigenismo aymara. Tarea que cumplió con entusiasmo en el texto que me mandó ese día. Pero no va que justo esa tarde, mientras él se embarcaba en lirismos sobre el renacer indigenista de América latina, en Sucre Evo hacía votar a sangre y fuego la Constitución, en un cuartel, con sus constituyentes sin mayoría calificada rodeados de bayonetas. Sucre se levantó y hubo al menos tres muertos. Lógicamente publiqué esta última información y le mandé una respuesta rajante a nuestro desopilante enviado especial. Me contestó ofendido y con aires de superioridad moral. "No te preocupes, que pese a lo que pasó en Sucre la derecha está derrotada en Bolivia….Acá están surgiendo las nuevas narrativas (sic)…la nueva juridicidad política (sic)", y seguía el delirio en similar tono. No hablo de un ultra, quede claro, sino de un periodista argento como tantos, salido de la (pésima) facultad de comunicación de Rosario en los 80.
Por todo esto, por estas razones de nuestro enorme extravío ético-político-informativo (de la pérdida de eso que Juan José Giani llama despectivamente el republicanismo liberal) es que hay que considerar a Lilita y a su denostada Coalición Cívica como un experimento interesante, a seguir con atención. Es el talante imprevisible de Lilita, hablando literalmente, su genio, su "estro", el que permite que en esta Argentina aplastada por la vulgata oficial de Felipe Pigna y otros farsantes similares, se abra una experiencia y una oportunidad tan a contracorriente. Que el establishment periodístico y cultural no acompaña, como es de esperar. Mientras, predominan en el pensamiento argento medio los columnistas berretas a lo Cardozo y Cantelmi, con sus condenas in limine de EEUU, sus benignidades hacia Chávez y la dictadura paleozoica de Fidel. En este clima político y cultural, el intento de construir en Argentina un liberalismo progresista, una alternativa que, por lo tanto, no tenga nada que ver ni deber al peronismo ni a la izquierda ortodoxa, es silenciada sistemáticamente. Reducida a su registro meramente informativo: "Carrió denunció tal cosa". Punto. De valorar el experimento de la Coalición, ni asomo. Ningún libro, ningún politólogo reglamentariamente dotado de cátedra en alguna de las generosas universidades estatales se ha dedicado a analizar seria y ecuánimemente el fenómeno Carrió y CC.
Nada, salvo, eso sí, el anatema periódico en La Capital de nuestro maitre à penser de barrio, el antedicho Giani Juan José. Nuestro columnista de pago chico, dedicado a tiempo completo a exaltar la vía rápida al poder nacional y popular, o sea, el kirchnerismo, con total y descarado olvido de sus obscenidades monumentales, y a denostar, en acción ligada y simétrica, al PS por su alianza (por cierto lábil y pecho frío) con la Coalición Cívica. Culpable, como se dijo, del peor de los pecados: "republicanismo liberal", doble adjetivación en que incurre comprensiblemente nuestro hombre (Giani) en la necesidad de remachar en el ánimo de sus lectores la condena inapelable de la hereje Lilita.

PS:

Obsérvese, de paso, que el Nuestro era por entonces, por las fechas de esas columnas llenas de sibilinos juicios (años 2006-07), el Subse de Cultura. Humillante puesto, si se quiere ser un poco pérfido (y se quiere), dado que respondía a las órdenes directas de la desorbitada Chiqui González, si nuestros cálculos astronómicos son los correctos. Imagine el lector el cuadro: el Nuestro está leyendo, digamos, unas páginas de Sartre, o tal vez del joven Marx, y la Chiqui que pega el telefonazo imperativo. "¡Hay que armar algo en el CEC para noviembre! ¡Pensá en algo divertido por una vez!". Pobrecillo. En su mejor columna, el Giani, luego de hurgar con cierta fortuna en las contraposiciones filosóficas de don Hipólito y Justo, concluye con una hipotética sorpresa de ambos ante el liberalismo crítico de Lilita, quien como discípula lejana del místico caudillo radical debería apoyar al mov nac y pop de Mr y Mrs. K, aventura el por entonces Subse de Chiqui. Como se dijo, de las objeciones de ética pública, ni mención. ¿No habrá olvidado Giani un aspecto que a aquellos dos próceres sí hubiera interesado, y cómo, en un presidente de la Républica, concretamente, la ética? Al hipotizar sobre el apoyo de aquellos dos grandes al gobierno K, olvida, Giani, con una mala fe casi reptiliana, que ambos gigantes hubieran juzgado, primero y ante todo, a ese gobernante futuro, por su moralidad antes que por su filosofía de la Historia o por sus presuntas políticas públicas (¿cuáles: la obra pública en el Calafate, el tren bala de De Vido-Jaime?) Olvido indisculpable, pero cómodo, es más, esencial, a los fines de Giani: elogiar el obsceno poder K y echar tierra sobre nuestra Lilita. Lo dicho: indisculpable.