sábado, 20 de enero de 2018

Razones religiosas del enojo de Bergoglio con el "new age" Macri

El distanciamiento inocultable entre el Papa Bergoglio y el presidente Macri se explica generalmente a partir del eje peronismo católico -antiperonismo liberal (la tesis de Sebreli y Loris Zanatta, del lado anticatólico). Pero se pueden sumar razones dentro del terreno propiamente religioso. Un aspecto que no choca con el anterior, sino que lo complementa, o más bien lo desborda.

Allá por 2012 el por entonces alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, auspició oficiosamente un masivo acto religioso de tono hinduista en los bosques de Palermo. Fue la recordada "meditación colectiva" del gurú indio Ravi Shankar. Unos años antes Macri y la fundación de Shankar habían firmado un acuerdo de colaboración. Vino después el acto "pagano" en la Quebrada de Humahuaca en diciembre de 2015 y las "blasfemas" declaraciones del asesor Durán Barba. Se sabe o se cree que Macri practica este tipo de creencias, despectivamente englobadas como New Age. Se trata de una mezcla, ligera y multiforme, siempre abierta a novedades, en la que se suman elementos budistas, hinduistas y del Tao de Lao Tsé y como práctica corporal, mucho yoga. Técnicas de respiración, como la que vino a enseñar Shankar aquel año, y un panteísmo ecologista. La lista varía mucho según la persona, dado el carácter radicalmente abierto y no institucionalizado de estas creencias.

El desprecio de los religiosos tradicionales por esta nueva tendencia no podría ser mayor. Una irritación explicable: estas nuevas religiones les están "comiendo" buena parte de su base de creyentes. En el caso de la Iglesia católica, mientras ha perdido creyentes en los sectores populares a manos de las iglesias evangelistas, la clase media urbana, que es su último bastión, se vuelca, o por un agnosticismo indiferente, o por este espiritualismo conformado con lecturas de gurúes, divulgaciones del budismo e hinduismo y un vasto etcétera de textos, fuentes y autores.

Desde el monoteísmo se responde con arrogancia a esta novedad. "Falsa espiritualidad" es lo menos que se les dice a estos nuevos religiosos sin iglesia. La furia monoteísta tiene su razón de ser: a diferencia de las iglesias históricas, que tienen un corpus dogmático solo revisable por sus propios clérigos y laicos calificados (los concilios, en el caso católico) en estas nuevas creencias todos aportan lo suyo, cada creyente tiene su punto de vista y retira de la góndola de creencias aquello que considera mejor para él. Un poco de Tao, otro del Buda, una buena porción de cosmología hinduista, y así. Hasta el dios cristiano y su hijo crucificado pueden tener su lugar: bienvenidos sean, pero son uno más en el coro de opiniones. Como se dijo, esta nueva religión causa una mezcla de desprecio, ironía y repudio en los "verdaderos" religiosos. Pero, al no poder ejercer ya como en los buenos tiempos la coerción física más extrema, no les queda otra alternativa que observar cómo crece la nueva tendencia. Surgidas al calor de los años 60, con antecedentes en el orientalismo de minorías cultas, las nuevas religiones van instalándose en una sociedad muy secularizada, entre esa clase media urbana que ha dejado vacías las iglesias católicas. No por casualidad la visita a Chile de Bergoglio salió tan mal: es, junto con Uruguay, el país más secularizado de América latina, mucho más que Argentina, según el estudio de Latinobarómetro publicado en vísperas de la llegada del Papa a Santiago.
El fondo de toda la cuestión es que ya casi nadie acepta someterse a una religión dogmática e institucionalizada como las monoteístas. El monoteísmo resulta hoy particularmente antipático: ese dios único es un padre autoritario, violento, muy habituado a castigar, incluso a quitar la vida. Su bondad solo asoma después de la sumisión, de la humillación, del pedido de perdón del pecador castigado. El cristianismo, forzado por su convivencia en Occidente con una modernización que lo fue sacando del centro de la escena, ha tratado de actualizar esa imagen negativa y anticuada del dios padre. El islam, totalmente impermeable a toda modernización de costumbres y valores, sigue impertérrito enseñando la sumisión absoluta a un dios cruel. Por algo la acepción de la palabra islam es "sumisión". Pero todo el monoteísmo alaba la sumisión. El ritual de arrodillarse, y en el caso del islam, directamente de postrarse (¡cinco veces al día, durante toda la vida!) indica que la humillación es parte relevante, sino esencial, en estas religiones del Libro.
Otro aspecto central es la sexofobia sin cuartel del monoteísmo. El desprecio por el cuerpo y la sexualidad, que se viven culposamente toda la vida. O se la reprime sin más, en el caso de los clérigos. Pero como es una pulsión y una estructura biológica, vuelve de la peor manera: como una perversión que se vuelca sobre los niños. De ahí el sistemático drama de la pedofilia de sotana, que se repite una y otra vez al negarse su origen. Al contrario, el nuevo religioso vive su sexualidad como casi todos los contemporáneos: sin mayores complejos ni grandes culpas. El goce no se reprime, al contrario, se busca. Este cambio de 180º se incorpora con toda naturalidad a la práctica religiosa new age.
 
 El cristianismo tiene asimismos una figura que todo lo dice sobre la minoridad permanente a que se somete al fiel monoteísta: la parábola de la oveja perdida y del buen pastor, las ovejas del rebaño, la grey. El Papa reclamó como se recordará a sus sacerdotes ostentar más "olor a oveja". Pero ocurre que reducir la persona a una oveja obediente en su rebaño no es una metáfora afortunada en los tiempos que corren. Al contrario, provoca rechazo o sencillamente repugna: "¿Yo, una oveja del rebaño? Vaya a otro lado con eso". El "new age" en cambio, es un individuo soberano: escucha a sus gurúes de cabecera, compra sus libros, anota sus frases. Establece una relación entre maestro y discípulo a distancia, no la de un dios totopoderoso, sus representantes privilegiados -los clérigos- y el creyente sometido, reducido a uno más del rebaño. Al catolicismo y al resto del cristianisno, pese a los esfuerzos de actualización que han hecho, les cuesta dar el gran paso: dejar el báculo de pastor, olvidarse de ese rol, y admitir que el dios padre de antaño, figura que sustenta la antigua sociedad patriarcal autoritaria premoderna, debe mejorar mucho su carácter, actualizar su pedagogía y olvidar sus permanentes amenazas de muerte si no quiere que sus fieles dejen de serlo y se vayan a otra parte. Como están haciendo hace años.
 Y, como se ha dicho, es la clase media urbana -la única que aún tiene en su área de influencia la Iglesia católica-, la más activa en la difusión de estas nuevas creencias. Su rasgo esencial es ser doctrinas antidogmáticas, ajenas a instituciones y sacerdotes y abiertas a replanteos y novedades. No hay "apostasía", nadie se hace hinduista ni budista, sino simpatizante de sus doctrinas, o de algún determinado aspecto de ellas. El fracaso del movimiento Hare Krishna es claro al respecto. Y es este planteo elástico y decididamente contemporáneo de la religiosidad el que saca de las casillas a los  monoteístas, porque les avisa que a sus religiones les puede estar llegando el fin de su tiempo histórico, el momento de su caducidad. Como ha ocurrido con tantas otras creencias a lo largo de la larga historia humana. Las religiones que el cristianismo sustituyó también se creian eternas y había dominado milenios en algunos casos. Como se ve, el asunto de fondo va muchísimo más allá del anecdótico y provincial tema del peronismo del Papa Francisco.