viernes, 21 de junio de 2019

Argentina: la falacia popular del menú ideológico como "solución" a la crisis económica

La dinámica de la economía globalizada sigue sin detenerse, pese a Trump y su guerra tarifaria con China (aunque también amenaza a México, Alemania, Japón y el que se le ocurra cuando se levanta y entra a Twitter). Y esa economía internacional sigue sin detenerse, pese a que países  como Argentina y Brasil se empeñan en aplicar recetas del siglo pasado. El caso argentino es mucho más extremo y ya es visto como un mix entre la hecatombe del socialismo venezolano y el mero estatismo clientelar brasileño. 
Es que en Argentina reina la falacia del menú ideológico. Esta dice que el desarrollo económico y social solo es cuestión de elegir, de posiciones, de gustos, de ser de izquierda o de derecha, liberal o nacionalista, estatista o "neoliberal". Esta falacia del menú no resiste el menor análisis serio de los "datos duros" de la economía ni de la historia económica comparativa. Países tan disímiles como Corea del Sur, Singapur, Vietnam, Filipinas, Tailandia, Indonesia, Chile, Portugal, Irlanda, España, han logrado estabilidad, crecimiento y desarrollo _en distintos niveles y períodos_ con políticas económicas serias y persistentes. Después, las corrientes de inversión externas y los tenedores de ahorros domésticos deciden, de acuerdo a esas cualidades ofrecidas. No hay ningún Gran Hermano sentado en una botonera que define: este país será rico, este otro, pobre. Y si un país es "saqueado", es porque tiene una institucionalidad débil y no ofrece marcos de seguridad jurídica ni física a nadie, ni inversores ni ciudadanos comunes. La supuestamente soberana Venezuela es el más trágico ejemplo.  
En nuestro caso, no hay ninguna "conspiración antiargentina" ni cosa por el estilo. Si la Argentina mantiene una bajísima inversión desde hace décadas, es lógico que luego de 40 años sea superada ampliamente por Chile y Turquía, como reseñaba hace poco el economista Martín Vauthier. No se compara con Suecia o Canadá, como se ve, sino con otros integrantes del lote de los "emergentes" o naciones de "ingresos medios". Pero mientras en la poscrisis de 2008 los emergentes reconfiguraron su economía y pasaron con éxito de meros exportadores de bienes primarios a un mix de eso más consumo interno y, sobre todo, producción de servicios (terciario), Argentina se quedó mirando, estancada y sin crecimiento en las dos presidencias de CFK (2008/15) y con una inflación que no existía en el resto de mundo. Del macrismo, ya se sabe: fue pura "estánflación" y recién hizo una baja del gasto primario a partir de la debacle cambiaria de 2018 y de la tutela de FMI. 
Ahora, la inminente llegada al poder de personas de cierto realismo en esta materia, como serían los casos de  los peronistas todoterreno Pichetto o Alberto Fernández - este, acompañado por su amigo Guillermo Nielsen-, indicaría que el tiempo de la dura verdad ha llegado. La fantasía voluntarista del "gradualismo" macrista, es decir, de creer que el cambio de figuras de diciembre de 2015 actuaría como catalizador mágico de inversiones y que esto a su vez haría crecer tanto la economía que licuaría el peso del tremendo Gasto Público, ya se sabe cómo terminó. Del otro lado, el cristinismo ahora ahorra sus viejas retóricas demagógicas y se limita a dosificar acusaciones de "gobierno del FMI" y otras fraseologías sin ningún significado concreto. Más allá de que los "mercados" no le creen nada al cristinismo, y que su victoria llevaría a una fuga en masa de capitales y desplomaría aún más la inversión, es claro que a todos les cayó la ficha de que el país tiene un problema sistémico que no existe en los países con los que Argentina puede compararse.  Mientras Argentina acumuló otra década perdida, estos países acumularon más de 50% de crecimiento en ese mismo período. Contundente.   
Por las tensiones propias de una "macro" desequilibrada con presiones distributivas fuera de control, Argentina tiene hoy un 55% de inflación anual combinada con una recesión feroz. Ningún país está tan mal como Argentina, salvo Venezuela. El ya citado Brasil está sumergido en un estancamiento evidente, pero su inflación no pasa del 4,5% anual, algo que en Argentina es una utopía. La recesión y la pérdida de poder adquisitivo del salario y de las ganancias empresarias serían mucho menores con esa baja inflación, es evidente que no toda la recesión argentina es culpa de las supertasas del BCRA, sino del efecto disolvente de una inflación indexada, retroalimentada. Pero Brasil actuó a tiempo: cuando la inflación apenas superó el 10% anual con Dilma en 2015, la propia presidenta de izquierda inició su segundo mandato con un gabinete económico ortodoxo, liderado por el banquero Joaquim Levy. Este es un experto en ser defenestrado: de aquel puesto de ministro de Hacienda fue echado meses más tarde por el ala dura del PT, ahora le tocó ser echado del BNDES por Bolsonaro, a apenas seis meses de asumir. El hecho es que Brasil, que además tiene un mercado de capitales digno de ese nombre, frenó a tiempo la inflación. En 2006 Argentina superó ese umbral del 10% anual, pero reaccionó de manera opuesta: tapó la inflación. Néstor Kirchner mandó en enero de 2007 a Guillermo Moreno a destruir el Indec y desde ese año la inflación jamás bajó de los dos dígitos anuales. Luego, bajo las dos presidencias de CFK, el gasto público y los déficit fiscales y externos ahondaron el drama inflacionario. La economía no creció, mientras, como se dijo, los emergentes iban al galope: India, China, resto de Asia, pero también Perú, Chile, Paraguay, Uruguay, Bolivia. El cristinismo practicó un expansionismo de una irresponsabilidad que hiela la sangre del que se digne estudiarlo. Así que Macri hizo muchas cosas mal en este frente, pero es claro que el autor original de problema inflacionario es de apellido Kirchner.

Conviene volver al inicio: la falacia del menú ideológico como clave de lectura de la grave situación socioeconómica, como si se tratara de aplicar modelos "populares" vs "neoliberales" y allí estaría  todo el problema. Escuelas enteras de doctrina e historiografía descansan en esta ilusión. Esta falacia alcanza categoría de superstición popular en Argentina, llega al nivel de la creencia en el horóscopo, en los Ovnis o en las energías espirituales que se despertarían al ubicar los muebles del living en determinado orden. 
Pero la vida real indica otra cosa, como saben los economistas serios: solo prosperan las economías que tienen orden fiscal, un gasto público que no supere nunca un cuarto o un tercio del PBI, grandes estímulos a la inversión y a la reinversión de utilidades, pocos y buenos impuestos no distorsivos, etc. Estas medidas se combinan con las ventajas comparativas, cuando las hay: tierras fértiles, clima templado y un potencial enorme en hidrocarburos y minerales, en el caso de la Argentina. Otros no tienen esas ventajas pero juegan en la élite a fuerza de calidad educativa, ahorro y seriedad: Japón, Taiwán y Corea del Sur, por ejemplo. 
La receta de la buena economía para llegar al desarrollo es archiconocida, se la saben de memoria en todo el mundo, pero en Argentina se prefiere creer en el planteo maniqueo de la lucha entre el campo popular y la oligarquía. Como mucho, se esboza vagamente una explicación de puja distributiva de la riqueza entre una burguesía transnacionalizada, indiferente al destino nacional (Macri y sus amigos) y otra constituida por gremialistas e industriales pyme, que serían todos unos santos mártires. El caso es que si CFK ganase la Presidencia (bah, la vicepresidencia) y tuviera que poner manos a la obra, muy posiblemente debería ir al pie de China. Tanto por su rechazo visceral a EEUU y Occidente como porque estos proveedores de capital le darían la espalda. Cuando arribaran a Buenos Aires los técnicos chinos se sentarían a estudiar los números nacionales (salarios reales, competitividad sistémica, tasas de inversión y ahorro, además de los obvios nivel de Gasto y déficit fiscal y externo) y...darían un diagnóstico muy parecido, sino mucho más duro y ortodoxo que el de los tecnócratas del FMI, pero también de cualquier banco de inversiones o consultora empresaria. La técnica económica es universal, precisamente por ser técnica y no ideología o doctrina. Después de señalar que en China y toda Asia el salario real sube junto con la productividad y nunca por encima de ella, de enumerar las políticas para tener a raya la inflación pese a tratarse de economías acostumbradas a crecer entre 5 y 10% anual durante décadas, los visitantes exigirían un poco de seriedad y adultez a sus interlocutores argentinos. "Señora: se terminó la fiesta. Para ganar competitividad externa y tener dólares genuinos su país debe invertir, mucho y durante muchísimos años, siempre por encima del 25% del PBI, si es posible por arriba del 35%. Si no, olvídese de estabilizar y crecer. ¿Y qué hacemos con ese millón y medio de empleados estatales que se inventaron Ud y los gobernadores entre 2003 y 2015?".  Y antes de irse, probablemente agregarían: "Ah, además en China ya nos cansamos de pagar 300 dólares o más la tonelada de un alimento para pollos, así que vayan pensando en algo mejor que la soja".