martes, 31 de mayo de 2011

La recidiva histórica de los males económicos argentinos: se repite el ciclo 1946-89

El maniqueísmo de la estruendosa retórica kirchnerista recuerda mucho al discurso anti-FMI del peronismo y el sindicalismo argentinos de los años 80, cuando el retorno a la democracia. La enorme diferencia es que ahora esa visión baja desde el poder, con todos los recursos mediáticos, dinerarios y políticos del gobierno kirchnerista. Si esta lectura maniquea se extiende, como lo está haciendo, la Argentina repetirá el ciclo 1946-89. Puede decirse que ya ha comenzado a hacerlo.
De hecho, las decisiones económicas del kirchnerismo son muy parecidas a las del primer peronismo: estatizaciones, intervención con mano pesada del comercio exterior, proteccionismo industrialista de baja eficiencia, multiplicación del empleo público, salarios que crecen por encima de la productividad, etc. Los efectos, también son similares: alta inflación, retraso del tipo de cambio, voracidad fiscal que se ceba con los fondos previsionales. "En 1949, el debilitamiento del esquema distributivo de los primeros años del peronismo empezó a resquebrajarse por lo más frágil: la balanza comercial y la inflación", afirman los economistas Pablo Gerchunoff y Luchas Llach ("El ciclo de la ilusión al desencanto", 1a ed. 1998). Efectivamente la excepcional coyuntura de la guerra y posguerra se estaba agotando, y los términos del intercambio ya no eran tan favorables. En 1949, cuando hace crisis el modelo peronista, la inflación alcanzó el 31%, cifra del todo equiparable a que padece la Argentina contemporánea. En los años 40, "para algunos peronistas la inflación era un mal necesario, si es que realmente la consideraban un mal. El aumento de los precios era visto como un instrumento poderoso de redistribución de ingresos", apuntan Gerchunoff y Llach, dos economistas por cierto insospechables de sufrir inclinaciones ortodoxas. Nada casualmente, el mismo temperamento proinflacionario existe en la Argentina K, en la que sin embargo está prohibido hablar de inflación de manera oficial (el eufemismo preferido es "reacomodamiento de precios") y el instituto oficial de estadísticas fue intervenido por el gobierno de Néstor Kirchner en enero de 2007, cuando la inflación comenzó a salirse de control.
La anatemización de los años 90 argentinos, es decir, del período que vino a corregir los desajustes acumulados por el modelo instaurado por el primer peronismo, indica que nada se ha aprendido de esa prolongada etapa histórica que va de 1946 al 89. De los años 90 corresponde hacer un balance crítico, como de cualquier período histórico. Es una obviedad, pero hoy resulta necesario decirla. Tampoco sirve, empero, un retorno al rígido dogmatismo liberal-economicista que practican fundaciones tan adineradas como poco escuchadas. Lo más rescatable de los 90 argentinos fue el consenso general sobre que una hipertrofia del Estado y de las regulaciones llevaban a una crisis crónica, como la que se vivió desde el año 1949 en adelante, sin solución de continuidad hasta la estabilización lograda, luego de dos años de ensayos y errores, por el presidente Carlos Menem con el plan de Convertibilidad en abril de 1991. Una fecha de la que acaban de cumplirse 20 años y, sintomáticamente, casi ningún medio quiso recordar...
Hoy tal consenso promercado ha sido barrido, no solo del discurso oficial, sino del imaginario social. El repudio de la obscena corrupción de la era menemista sirve de cobertura moral para condenar al mismo tiempo las necesarias desregulaciones y privatizaciones de esa agitada época (1989-1999). Se ha restablecido el relato maniqueo antimercado y populista por obra del aparato estatal K, pero también por los otros actores sociales y políticos que tienen la misma convicción. Se volvió, simplemente, a la que había sido la narrativa predominante en la Argentina durante décadas, y que tuvo un breve paréntesis en los 90. Basta escuchar y leer a los dirigentes opositores para darse cuenta de que ese discurso y esa visión del mundo han vuelto con fuerza y se han reinstaurado en el sitial donde estuvieron siempre. Esto se comprueba cuando esa visión maniquea la reproducen las profesoras de la secundaria ante sus alumnos, cuando se la repite como un eco en cualquier diario o radio promedio del país. Eso es el sentido común nacional argentino.
Lo que está en disputa en esta larga campaña electoral con rumbo al primer turno presidencial de octubre es así otra cosa: si llevar adelante esa visión del país y de las relaciones con el mundo con un formato republicano, como propone la oposición, o hacerlo con los modos autoritarios y hegemónicos del kirchnerismo. Lo dice explícitamente el principal candidato opositor, el radical Ricardo Alfonsín, hijo del desaparecido ex presidente Raúl, y un socialdemócrata de viejo cuño como su progenitor.
Pero en cualquier caso, el país ha entrado de lleno en una repetición de la secuencia histórica ya conocida. El retorno de la inflación crónica alta a partir de 2007, la pérdida del superávit fiscal a partir de 2009-10; el drástico achicamiento del superávit comercial por obra del atraso cambiario, o sea, de la inflación, y el creciente cierre del comercio exterior por las medidas del Secretario de Estado del sector, Guillermo Moreno, son todos síntomas económicos que remiten a los años 40, 5o, 60, 70 y 80, o sea, a esa larguísima decadencia del modelo mercadointernista-sustituidor de importaciones construido por Juan Perón entre 1945 y 1948. Puede sumarse a ese cuadro el renovado poder de los sindicatos en las negociaciones paritarias, una instancia que a la vez recupera el salario real y realimenta el ciclo inflacionario que lo deteriora.
Como el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no tiene personal técnico calificado y sólo atina, dogmáticamente, a aumentar el gasto público, estimular el consumo y disparar la emisión monetaria, es claro que no será un gobierno de este signo el que busque los necesarios remedios al problema, a esta gran recidiva histórica de los males económicos argentinos. Es cierto que Juan Perón lanzó un plan de ajuste en 1952, que por un tiempo mejoró las variables económicas, y que incluso pasó de exprimir al sector agroexportador a favorecerlo. Pero nadie le ve a Cristina Fernández de Kirchner talante de estadista ni humildad para terminar con su retórica agresiva hacia ese sector que provee divisas decisivas para lo que llama su "proyecto". Es más, por aquel recuperado viejo sentido común nacional-populista, un gobierno de otro signo (por hipótesis: de Ricardo Alfonsín) tampoco se hallaría a sus anchas con programas de recorte fiscal y medidas promercado. Como su padre en el período 1985-87, aplicaría esas necesarias medidas económicas muy a disgusto, tardíamente, con cuentagotas y sin convicción alguna. El resultado, entonces, sería el mismo: un fracaso a medias que permitiría "tirar para adelante" por un tiempo. De continuar el sistema económico internacional siendo favorable a la Argentina, la situación no será tan grave y apremiante como en los años 80, pero se puede apostar a que el cuadro general tendrá un enorme parecido.


lunes, 23 de mayo de 2011

España: los tópicos no sirven

Aquí va otra columnita breve sobre España, esta contra el tópico "Zapatero perdió porque aplicó la receta neoliberal que le impusieron los mercados y el FMI". Falso. Veamos:


La derrota del PSOE y de Zapatero es inevitablemente interpretada por un sector importante de los medios y de la opinión como resultado, no sólo de la demoledora crisis nacida en 2008 y de los 5 millones de desempleados, sino de la rendición incondicional del gobierno español a los dictados ortodoxos y antipopulares de los mercados y el FMI. Conviene advertir que las cosas no son así de gruesas y lineales, y que el terrible porrazo socialista se debe sobre todo a su total falta de soluciones eficaces a la crisis, y no a los escasos y tibios remedios ortodoxos aplicados hasta ahora. "ZP" paga por ese 20-21 por ciento de desempleo (en 2007, antes de la crisis, era 8 por ciento) y la recesión (en 2007 España alcanzó un récord de 16 años continuados de crecimiento; en 2009 se hundió en un -3,9 por ciento de actividad económica, y en 2011 apenas si crecería 0,8 por ciento). Tampoco es que el gasto público, expandido con fuerza en 2008-9, haya bajado abruptamente por orden fondomonetarista. De hecho, la leve disminución del déficit de 2010 respecto de 2009 (de 11,2 por ciento a 9,3 por ciento de PBI), se debió en un 55 por ciento al aumento de los impuestos y no al recorte del gasto. El tópico del "ajuste salvaje" cae así rápidamente, apenas se estudian los números nacionales. El déficit previsto para 2011, de 6,6 por ciento de PBI, tampoco indica que se esté ante un ajuste brutal, ni mucho menos. Es verdad que los mercados aplican el torniquete de las tasas de interés a los bonos, pero eso es lógico cuando detectan una deuda pública creciente con una economía que no crece.

El altísimo desempleo es el gran drama español, que los jóvenes de Puerta del Sol escenifican de manera inmejorable para entusiasmo de massmediólogos y panfletistas del anticapitalismo profesional. La cruda verdad es que el brusco fin de la industria del "piso", al estallar la burbuja inmobiliaria en 2008, dejó a una masa de gente desocupada muy difícil de reubicar. Ese motor se apagó, y no hay por ahora con qué sustituirlo.

domingo, 22 de mayo de 2011

España: el síntoma y el debate de fondo

Publiqué ayer esta columnita sobre la crisis española. Le hice acá mínimas correcciones, dado que salió publicada con algún erro, propio de la doble función, y algunas agregados y acotaciones pertinentes:


La irrupción del movimiento de los "indignados" puede analizarse de dos modos: o tomándolo como síntoma de la crisis o dejándose llevar por sus consignas, adoptarlas como propuestas programáticas que deben estudiarse detenidamente. Es evidente que la primera alternativa es la más acertada. Los movimientos juveniles son siempre grandes ritos de iniciación colectiva, mojones generacionales. Y este marco desborda sus contenidos explícitos (petitorios, manifiestos, eslóganes, etc.) Así que conviene centrarse en la crisis económica que explica esta eclosión social.

España viene de casi tres años de crisis profunda, con el desempleo estabilizado por encima de las 5 millones de personas. Esto a su vez ha disparado el gasto público desde fines de 2008, por el seguro de desempleo. El nivel del déficit se ha ubicado desde entonces en niveles incompatibles con la Eurozona (11,4 por ciento del PBI en 2009 y 9,8 por ciento en 2010). Gran parte de esos millones de "parados" españoles son jóvenes, lo que explica el fuerte sesgo generacional del movimiento del 15-M. Ante este cuadro pueden adoptarse enfoques económicos diferentes, pero es claro que "algo" se debe hacer, además del inicial gasto contracíclico que todos hicieron _y hacen.

En este punto es donde el debate se complejiza: la receta de recortar gasto público aplicada en Europa está teniendo un costo político relevante en España (que le pregunten a Zapatero y al PSOE) y en el resto de los países en crisis. Grecia, que está al borde del default (ver página 30) vio contraerse su economía algo más de 6 por ciento el último año. El debate es si se debe aplicar la "receta" ortodoxa contra viento y marea hasta lograr un gasto sustentable, o si esta medicina amarga resultará letal para el sistema político y para el tejido social europeo, el más sólido del mundo. Asimismo, Grecia y España no deben ponerse en el mismo paquete, dado que la primera está prácticamente quebrada y la segunda está lejos de ese cuadro. Pero el asunto de fondo es si impulsar o no el gasto hasta que se tenga una reactivación firme (es la postura de Paul Krugman, por ejemplo) pese al aumento que conlleva de déficit y deuda, o si se debe aplicar un recorte a esos altísimos déficit. Es esta última la opción elegida por Europa. Muchos dudan de su validez —o al menos de su sustentabilidad política—, y los jóvenes acampantes abonan estas dudas. A su vez, el que diga que sólo se debe seguir gastando sin más pese a lo niveles astronómicos de déficit fiscal y deuda acumulados sin dar cuenta de cómo se solventarán, incurre en la demagogia más cruda.

El dilema es muy difícil y nadie tiene la fórmula mágica. Los panfletistas aprovechan para hacer paralelos imposibles (con el 2001 argentino, con los 90s, etc) y sentenciar: ven, Zapatero se sometió a los mercados y así le fue, hoy es un cadáver político y encima la derecha volverá al poder. En el otro extremo sólo se atiende a los mercados y se piden recortes de gasto y flexibilizaciones laborales, que en un contexto recesivo sólo pueden derivar en más desempleo. Nada de esto sirve fuera de las trincheras ideológicas. La honestidad intelectual tiene algo de intemperie, por eso tantos la rehuyen.

Por lo demás, el desempleo juvenil es endémico Europa, donde surgieron en los últimos años legiones de “mileuristas”, o sea de trabajadores jóvenes, calificados, mal pagos y con contratos temporales. Fue la respuesta europea a la globalización, su manera de recuperar competitividad en un mundo donde los sueldos tienden a la baja por efecto de Asia, la gran proveedora, ya no sólo de obreros industriales, sino también de programadores de software y muchos otros servicios online.

lunes, 16 de mayo de 2011

Bin Laden y el juridicismo imposible

Esta columna la escribí hace unos 10 días, o por ahí. En donde debería haber sido publicada no salió, por las razones que fueren. Así que la pego acá.

Figuras de procedencia y culturas tan disímiles como el columnista norteamericano Charles Krauthammer y la periodista catalana Pilar Rahola señalan, a propósito del debate global sobre la muerte de Bin Laden, un punto clave. Que se trató de un acto de guerra. Legítimo. Caracterización que deja afuera el arduo debate sobre la “ejecución extrajudicial” del jefe de Al Qaeda. El editorialista del Washington Post afirma esta posición con toda la frontalidad y dureza de un “americano”; Pilar Rahola la formula desde su humanismo europeo antitotalitario, más sensible a los dolores del mundo, que la guerra siempre agrava.
También la Casa Blanca ha tomado esta línea argumental, a través del secretario de Justicia, Eric Holder. La postulación _o falacia_ que sostiene el sector contrario a la operación parte de creer que el mundo se comporta, también en sus zonas más calientes y poco dadas a la modernidad occidental, como si fuera una suerte de Unión Europea, como si se pudiera proceder allí con el derecho penal ordinario. Llevado al extremo, este juridicismo radical afirma que Bin laden debería haber sido extraditado: esto es, que una comisión de la Interpol hubiese debido presentarse un buen día en la casa fortificada de Abbottabad, con una orden de arresto. “Permiso, ¿Sr. Bin Laden?” Resulta fácil imaginar las risotadas de los oficiales de inteligencia pakistaníes que le daban cobertura a Osama ante estas hilaciones abstractas. No, Bin Laden y Al Qaeda estaban y están en guerra con EEUU, como lo vuelve da demostrar el atentado kamikaze de Pakistán en represalia por su muerte. Afganistán y Pakistán (Afg-Pak, según la contracción de uso en los medios estadounidenses) es el frente principal de esta guerra. Pakistán es a su vez la retaguardia de los talibanes afganos y de sus aliados qaedistas.
Está claro, en todo caso, que el vacío legal y la total ausencia de un real orden policial- judicial internacional, habilita a las operaciones de guerra contra blancos bien demarcados y legítimos, como fue este caso. El hecho de que la decisión la haya tomado un poder democrático y de la manera más transparente posible, le agrega un valor no menor. La transparencia adoptada por los EEUU ha sido extrema: se conocieron y se debaten todos los detalles del operativo. Este es el máximo de transparencia _y de legitimidad o licitud_ posible del sistema internacional y del actual nivel de desarrollo civilizatorio, y es el que utilizó Obama al dar su OK a la operación.
Si se tienen dudas, vale hacer el ejercicio imaginario del contraste con otra potencia, no democrática, ante el mismo predicamento. Si la superpotencia del caso Bin Laden hubieran sido China, Rusia o India, simplemente no existiría el actual debate global. La operación se hubiese hecho al estilo KGB, y basta. Luego se hubiese anunciando el logro mediante un comunicado y alguna declaración de Putin, por ejemplo, pero sin dar pie a la discusión, al debate sobre lo hecho. Ni hablar de los detalles del tipo “admitimos que no estaba armado, pero tenía cerca su fusil” ¡Cómo se deben reír de estas cándidas confesiones anglosajonas rusos y chinos!
El sistema internacional siempre tendrá potencias y superpotencias, y estas se dividen en democráticas y autoritarias; en occidentales demo-liberales y asiáticas o euroasiáticas con sistemas políticos y valores autoritarios. Y desde el punto de vista de los valores democráticos y civilizatorios, es mejor que la potencia dominante o superpotencia sea demo-liberal y occidental, dado que siempre, como ocurre ahora, buscará un punto de compromiso entre sus necesidades y exigencias estratégicas y esos valores. Cuando en el futuro sea China la superpotencia única, según se pronostica ligeramente (aunque a este difundido tópico habría que revisarlo, y muy bien), entonces los despreciados valores demo-liberales serán seguramente extrañados por muchos que hoy, aún siendo demócratas sinceros, profesan un ferviente antiamericanismo.
El modelo de potencia liberal-democrática que encarna EEUU ofrece así el mejor compromiso entre los valores jurídicos, la esfera del deber ser, y lo opuesto al imperativo categórico, lo que es y _a su modo_ también debe ser, la pura facticidad de la Historia.

domingo, 1 de mayo de 2011

Sabato y aquel prólogo

Allá por los años 70 se leía mucho a Sabato, como también se leía a Sartre, a Camus. Recuerdo las ediciones de La náusea, que era la gran novela de Sartre, y las de El túnel y Hombres y engranajes. Pero como les pasó a los existencialistas franceses, Sabato ya era entonces un autor que estaba saliendo del centro de la escena para ser sustituido sin misericordia por otra generación. La alta cultura es de un darwinismo implacable. Así como el estructuralismo reemplazó en pocos años en las cátedras de Filosofía y Letras al existencialismo, así pasó de moda Sabato y fue sustituido por los autores del Boom. Un hermoso artículo de Horacio Salas en Clarín este sábado recordó muy bien el asunto. La generación de la Tendencia, para entendernos, dejó de leer a Sabato, a quien había reverenciado en su adolescencia en los años 60, y en su juventud en los 70 se pasó a Rulfo, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez.
Con el 83 y la democracia llegan la Conadep y el Nunca más, cuando Sabato ya era un novelista jubilado pero seguía siendo un ensayista muy activo y leído (es del 79 su "Apologías y rechazos"). La Conadep es para él la consagración moral definitiva con la mayoría de la sociedad y el malquistamiento, también sin retorno, con las minorías activas de los organismos de DDHH y del establishment cultural. Desde aquella fecha viene el sempiterno pase de factura por los "dos demonios". Efectivamente, la izquierda no le pudo ni puede perdonar que hiciera una enunciación del drama de los 70 en esa clave, que es la de la legalidad "burguesa", republicana-liberal. Para el orden jurídico de la democracia, dirán Sabato y la Conadep, un acto terrorista es un delito aberrante, lo cometa quien lo cometa. Se observa acá el pecado imperdonable que cometió Sabato. La defensa coherente de la democracia republicana y constitucional implicaba per se la condena de los delitos de militares y de guerrilleros, por igual. Que los militares hayan actuado para cometer sus delitos con el poder del Estado es (como ya se ha dicho acá hace años), un factor agravante, nunca un dato configurante del delito imputado. Que ese agravante, entonces, no existiera en el caso de las guerrillas, no evitaba que el delito aberrante existiera. Un asunto tan meridianamente claro no debería ser objeto de tanto debate. Pero claro, hoy no se trata de debate sino de una afirmación dogmática y categórica, que no admite, precisamente, el debate. Hoy muchos tiemblan ante la más leve insinuación de incurrir en la teoría de los dos demonios, y por las dudas se lanzan en alabanzas y apologías de los "jóvenes románticos" setentistas. Cuando Sabato escribió aquél prólogo, este cerrojo moral y argumental aún no estaba instalado en la sociedad, no era todavía "sentido común", y se limitaba a dominar en cenáculos reducidos, como los organismos de DDHH o la cátedra universitaria. La doctrina del Nunca más, de la Conadep y de Sabato, es un valor adquirido y definitivo en sociedades que han superado al terrorismo guerrillero y al terrorismo de Estado, como España e Italia. A "nadie" en esos dos países se le cruza hacer la apología de las Brigadas Rojas, de ETA o del Estado franquista. Ese "nadie" quiere decir las grandes mayorías sociales, pero también las minorías ilustradas. En Argentina, en cambio, el radicalismo violento fue siempre legitimado por una minoría política y una buena parte de la elite cultural. Que nunca le perdonaron a Sabato su liberalismo republicano, su prólogo malditamente burgués. Esa minoría rencorosa y antirrepublicana hoy tiene el poder y reescribe la Historia a su gusto, imponiéndole a la mayoría su interpretación maniquea y violenta del pasado. Operación que incluye quitar aquel prólogo irritante y sustituirlo, en un acto a la vez banal y brutal, por otro "correcto". En la sociedad que aceptó sin chistar ese manoseo debió vivir Sabato sus últimos años. Por algo lo hizo en total silencio.