viernes, 2 de diciembre de 2016

Fidel, el único dictador stalinista que sufrió América Latina

Dictadores y demócratas viven en bandos separados y enfrentados. Los demócratas condenan a los dictadores, que persiguen, encarcelan y hasta torturan y asesinan a los demócratas. Así ocurre, por ejemplo, en Cuba, donde hay una dictadura desde 1959. Sucedió a otra dictadura, de signo opuesto. Batista dio su segundo golpe de Estado en 1952. Fue derrocado en 1959 por una revolución pluralista, democrática y enormemente popular. Pero rápidamente, en pocos meses quedó en manos de Fidel Castro y sus incondicionales. Los demócratas, como Huber Matos, fueron asesinados o encarcelados. O se exiliaron antes de terminar presos o muertos, como el primer presidente del gobierno revolucionario, Manuel Urrutia.   

Pese a este claro panorama, la muerte de Fidel desató una catarata de obituarios y recuerdos lacrimosos. Los apelativos laudatorios y apologéticos no faltaron ni faltarán. Comandante supremo, líder eterno de la "Revolución" _en curiosa autorreferencia a un régimen rígido y fosilizado que tiene casi 60 años. 

Pollitológicamente, no hay discusión posible: el creado por Fidel es un régimen dictatorial, y el fue un dictador de punta a punta durante 47 años, y desde su jubilación por enfermedad en 2006 lo siguió siendo su hermano menor, presidente por sucesión dinástica. Episodio que mucho recuerda a Corea del Norte.

Y esto, por limitarse a la tipología del régimen político, a la tipificación objetiva. Pero si se va a la personalidad de Fidel, se halla una profundamente mesiánica y autoritaria, con rasgos paranoicos y megalomaníacos. De escasa o nula profundidad de pensamiento, no admitía no saberlo todo, no tener siempre la respuesta precisa y definitiva a lo que fuera, el cultivo de la caña de azúcar o el futuro de la Humanidad.
 Fidel encastró a la perfección en el modelo del culto a la personalidad del stalinismo, al que imitó en todo, ciertamente ayudado por sus aliados y severos tutores soviéticos. Fidel hizo limpieza drástica entre los primeros revolucionarios porque como todo caudillo exigía que nadie le compitiera por el liderazgo absoluto del nuevo gobierno, pero a este carácter compartido con muchos caudillos latinoamericanos sumó su ser un comunista ortodoxo. En una purga a lo Stalin el disciplinamiento es mucho más drástico, se lleva muchas más vidas, que en un común régimen caudillesco latinoamericano. El arrepentimiento público luego de estar encarcelado ("autocrítica"), ese repugnante ritual represivo tipico del stalinismo, del escritor Heberto Padilla es el mejor ejemplo que se nos ocurre. Padilla y otros escritores creyeron en los 60 que había margen dentro de la "revolución", que ya era un régimen, para la ironía y la crítica. Terminó en la cárcel, junto con sus compañeros de rebelión. Después de la humillación pública pudo salir de la cárcel.  

En suma, Fidel fue un caudillo latinoamericano, pero agravado en sus rasgos autoritarios por su comunismo ortodoxo. Muy ortodoxo: apoyó la represión de la revolución checoslovaca de 1968, episodio brutal que llevó a la ruptura de los grandes PC europeos occidentales y al nacimiento, poco después, del "eurocomunismo". Fidel y los PC latinoamericanos nunca recorrieron un camino similar, de democratización de sus valores. Todo lo contrario: en 1991 apoyaron abiertamente el intento de golpe restaurador de la KGB contra Gorbachov, que hubiera terminado en una represión genocida de haber tenido éxito. 
 
Pero Fidel fue, por cierto, el único caudillo latinoamericano comunista ortodoxo: la exportación de la revolución falló sistemáticamente, pese a los enormes recursos invertidos en la empresa. Tan popular su modelo de sociedad y gobierno no debió ser como aseguran hoy los apologistas lacrimosos. Ningún PC creció en Latinoamérica, ninguno llegó a ser un partido de masas. Esa ideología ajena y dura, violenta y amenazante, no "prendió" entre los pueblos de la región, que sí resultan tan proclives a entregarse al caudillo salvador. Pero lo prefieren nacionalista-reformista, menos invulnerable, menos intocable y eterno. Más "burgués", en suma. 

Pero el asunto de fondo por estos días es el planteado al inicio: que se llene de alabanzas a un dictador, algo que no es un asunto menor ni anecdótico. Desde el punto de vista los valores democráticos es muy grave. Se supone que una sociedad democrática debe repudiar a los dictadores, y hacerlo sin matices. Y activamente, no sólo ocasionalmente. Nada de esto pasó ni pasará en la Argentina con el régimen castrista, la última dictadura del continente. (bueno, ya no: el chavismo con Maduro alcanzó plenamente esa categoría, y Nicaragua con Ortega, también). 

martes, 30 de agosto de 2016

Farc y chavismo: el final casi simultáneo de dos procesos históricos


El final casi simultáneo de dos procesos históricos
La Capital, 30 de agosto de 2016

El cierre del conflicto armado en Colombia se firmó entre el Estado colombiano y un fósil viviente de la Guerra Fría, las Farc. Vale contrastar este fin, que llega con 25 años de retraso, con la descomposición acelerada que, frontera de por medio, experimenta el chavismo. Porque se suponía que este venía a reemplazar al otro modelo, ya muerto; el esquema neopopulista al comunista, fallido a nivel planetario en 1989. Pero ocurre que el nuevo modelo no duró ni una generación. Mostró una notable celeridad en el fracaso.

Las Farc de Marulanda y Raúl Reyes proponían la revolución y la instauración del modelo vigente entonces en la URSS. Cuando formularon este programa político en los 60s, la URSS parecía una alternativa ganadora. El fracaso del comunismo soviético tardó sus buenos 70 años en madurar; en contraste, el modelo neopopulista chavista apenas necesitó de 15. Hoy se mantiene en el poder solamente porque es un régimen militar, pero no tiene ninguna perspectiva. Fracaso que indica tanto la inviabilidad del modelo elegido como la ligereza e impreparación de su constructor, Hugo Chávez. Pero no solamente de él, también de los dirigentes y los cuadros que le dieron su acompañamiento. Mientras los jefes guerrilleros de las Farc, casi aniquiladas por Alvaro Uribe, debieron negociar su final desde la debilidad de la derrota militar y la desaparición de su modelo político, el chavismo se derrotó solo. El costoso aparato militar y paramilitar de Chávez jamás disparó un tiro en combate —aunque sí bastantes contra la población civil. El chavismo está siendo vencido, no por "el imperio", sino por su tendencia suicida a aumentar siempre y contra toda evidencia de resultados el tamaño del Estado, a estatizarlo todo a golpes de humor del caudillo, con sus famosos "¡Exprópiese!". Mientras el stalinismo tuvo una indiscutible capacidad para industrializar y lograr desarrollos tecnológicos, aunque fuese a fuerza de KGB y campos de concentración (y no consiguió mejorar el nivel de vida de la población lo que llevó finalmente a su implosión), el chavismo solo supo desindustrializar y, más increíble aún, destruir hasta la producción primaria, como la de carnes y vegetales. Un récord negativo sin muchos antecedentes en la Historia.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Más allá del capitalismo, el liberalismo

Con reescrituras importantes el 12/08: 
Sí se pudiese ser anticapitalista o postcapitalista y liberal a un tiempo. Pero ¿cómo? Cuidado: dije anticapitalista, no de izquierda, que es su sinónimo reflejo. Y su forma vulgar. En el plano prosaico de la política, esto signfica habitualmente la conocida vía del medio, la praxis socialdemócrata, que lleva a Felipe González, a Binner. Un café con leche que no me interesa; sirve a poco, salvo a los profesionales a sueldo de la socialdemocracia. Extraños y mediocres a un tiempo. Luego están los radicalizados con "racionalidad", los K-pero, los lectores de Laclau, los Beatriz Sarlo: tantos, son tantos... Acá el anticapitalismo es izquierda sin más, sin posibilidad de duda, el reflejo no se discute. La vulgaridad sin remedio de esta gente, tampoco. Son fascistas de izquierda. Peronistas de izquierda, postmarxisas, cosas así. Para eso me quedo en el barrio donde vivo.
Vayamos para otro lado. Un crítica radical de la sociedad de masas capitalista que sea revolucionaria pero liberal. Atea, crítica del capitalismo institucionalizado, que es un organismo social normalizador como tantos otros, como los partidos, la Iglesia, la religión, los clubes de fútbol, el trabajo, más en general, el peronismo, el socialismo, las corporaciones, etc. Y no olvidar nunca, pero nunca, a la institución opresora y "normalizadora" número uno, por antonomasia, la familia. Familia y capitalismo se pelean pero van juntos en esta actual fase de megaglobalización tecnológica, con instrumentos de mercado que son a la vez de absorción y normalización social (pienso en las redes sociales, en el What'sapp, el Snapchat, etc), que no dejan nunca al individuo solo, es decir, en las peligrosas condiciones de indagar y solventar su soberanía. De abrirse paso entre la telaraña social, que esas tecnologías consolidan. Entro a Twitter, "mi" red social: siento de inmediato el llamado de la tribu, los mecanismos de reclamo identitario, el run-run "sumate, mirá estamos embarcados en otra batalla, nos lo debés, o con nosotros o con ellos". El silencio del individuo soberano merece de inmediato las caracterizaciones alarmadas de la medicina: fobia social, diagnosticarán; depresión, esquizoide, lo que venga con tal de exorcizar el ejercicio de soberanía que perciben en ciernes en el que se ha apartado del rumor de la colmena.

Se busca acá un radicalismo liberal que diga todo el tiempo: vean, no hay otra cosa que esto: en economía, el mercado, que en versión colectivista es especialmente exitoso, v. gr China, Singapur, Corea, etc. Si les gusta, bien, si no, no hay otra opción que Maduro, Evo o Mugabe. Eso está saldado, no se discute más. Pero se trata de abrir espacios para la soberanía de la persona. Superado el asunto del modelo político y económico, veamos cómo abrir brecha en la cada vez más espera trama de control social en la sociedad de masas goblalizada.  

Porque,  como creo acreditado con la sumaria antropología del individuo soberano recién esbozada, sí vale una crítica radical de lo inmanente construido por la Historia, de lo inmanente del capital como categoría histórico-ontológica, o bien transhistórica. O, menos ambiciosamente, una crítica de la sociedad de masas que tenemos, que hay, pero sabiendo que solo puede haber esto, o más o menos esto, al menos en el plano de las instituciones y la economá. Y denunciar que esta chatura existente está a años luz de la sociedad de individuos soberanos que imaginó el liberalismo del XIX. Tocqueville, por ej. Se trata de un utopismo radical liberal, liberal por eso mismo, por ser radical. El punto clave es que el liberalismo lleva mucho, mucho, más allá del mero capitalismo,y precisamente lo hace por ser la única doctrina que parte del individuo soberano; si fuera solo por la economía de mercado, si el liberalismo, como quieren los liberales conservadores _ah, tantos de ellos católicos..._, se terminara ahí, sería suficiente con infiernos sobre la tierra como China, Vietnam, pronto Cuba. O, de nuevo, la vía del medio, el café con leche socialdemócrata o democristiano. Bachelet, Ricardo Lagos, Binner. Dejo esa tarea a los políticos. Yo debo intentar un panfleto radical liberal centrado en la soberanía del sujeto, no en la subjetividad socialmente construida de la izquierda lacano-hegelo-foucaltiana, no, en el sujeto centrado en la conciencia pura originaria, en la inmanencia pura autosustentada del sujeto, que es antepredicativo, esto es, anterior al lenguaje, que es por definición ser social, su principal amalgamante. Sujeto-Yo que como ser anterior al ser social, se plantea su soberanía del rebaño, de la grey, de la tribu. Plantear esto, en tiempos de redes sociales, de Instagram, de estupidización colectiva extrema, como dijo George Steiner hace poco.