viernes, 31 de agosto de 2018

Berlinguer, el comunista burgués. Una semblanza a propósito de los 40 años de la Primavera de Praga

Esta columna resultará algo extraña a los ojos de un liberal clásico. Advertencia hecha, paso al tema que me interesa. Los compañeros de vida y militancia de Antonio Gramsci, los comunistas italianos que estudiaron su obra de primera mano, sabían a partir de 1945 de tener que enfrentar una lucha cultural con un campo católico y otro liberal muy fuertes en Europa  por entonces. Resaltaba la escuela del liberal Benedetto Croce, filósofofo que tanto pesó en la formación y visión del propio Gramsci, además de la constelación de pensadores católicos, de enorme vigencia en la posguerra. A partir de esta realidad política y cultural de la época y de aplicar los conceptos centrales de Gramsci, los comunistas italianos daban la batalla como una partida de ajedrez de larga duración. Esta gimnasia política y cultural talló figuras de gran estatura, comenzando por Togliatti, editor de su amigo Gramsci. La gran paradoja es que esa lucha por la hegemonía cultural la ganaron casi por completo los comunistas italianos... pero cuando ya perdían la pelea de fondo. De esta paradoja _que revela que el concepto central de Gramsci, el de hegemonía, no era de vigencia absoluta, todo lo contrario, estaba subalternizado a la economía y a su "rendimiento" en términos de creación de bienestar_ nace el "eurocomunismo", el gran hallazgo de Enrico Berlinguer al inicio de los 70 para mantener una vigencia del PCI de otra forma inexplicable. El eurocomunismo era la admisión más o menos abierta de que comunistas ya no se podía ser en la Europa democrática de la Economía del Bienestar y ante el carácter indisimulablemente represivo y totalitario de la URSS, ratificado de la manera más brutal por la represión de la Primavera de Praga. En paralelo, Berlinguer desarrolla la estrategia de acercamiento con la Democracia Cristiana, al menos con su ala izquierda. Fue el "Compromiso histórico" una estrategia de alianza política y de clases según el concepto de "bloque histórico" de Gramsci. ╠

En suma, el acto de repudio del modelo soviético que fue el "eurocomunismo" llegó así, paradójicamente, en plena cuasi hegemonía cultural del PCI. Una hegemonía en serio: una franja clave de la multitudinaria clase media y casi toda la numerosa clase obrera de entonces, tributaban electoralmente al PCI berlingueriano. Gracias a esto, el PCI lidió casi de igual a igual con la gobernante Democracia Cristiana durante más de una década, forzándola a ampliar su coalición a partidos de centro y luego al socialismo de Bettino Craxi, con el que debió compartir el poder en serio hasta el final de la "primera República" por Mani pulite, a partir de 1991-92. Mientras, en el resto de Europa los PC decaían y eran sustituidos en la preferencia electoral por los socialistas, como ocurrió en Francia con el largo reinado Mitterrand desde 1981 y en España con el PSOE a partir de 1977/1982. Aunque no logró nunca la dirección de la sociedad que establece el concepto gramsciano de hegemonía (del que Gramsci da un ejemplo cabal con los moderados franceses en el siglo XIX),  esta cuasi hegemonía de la "sinistra" sí que alcanzó a imponer a amplios sectores sociales una visión del mundo, las categorías de análisis para comprender lo que ocurre. Como hacian esos moderados franceses un siglo antes. Esa construcción de las categorías con que se ve el mundo y la vida social, esa materia sociológica y cultural, la tenía la "sinistra" que giraba en torno al PCI de Berlinguer. Logro político/cultural que tan notoriamente no alcanzó nunca el liberalismo contemporáneo, como se observa con contundente claridad en Argentina. 
(Las fallas del liberalismo actual son visibles: salta de una filosofía de Popper, Locke y, bueno, Ayn Rand, a la economía pura sin transiciones y rellena lo demás con valoraciones de nulo rigor. Falta  una sólida sociología política, que el liberalismo no tiene. Tampoco cuenta con una legión de escritores, de novelistas, esa figura tan influyente en el siglo XX. La soledad de Vargas Llosa es elocuente. Una flaqueza que hace aún más ardua la de por sí difícil penetración del liberalismo en los ámbitos académicos, tan proclives a la izquierda, aunque más no sea por inercia y pose. Por cada politólogo de cierto nombre que se considera liberal debe haber tres docenas que se posicionan en las diversas izquierdas).


Volviendo a la Italia de los años 70, una recorrida por los manuales de literatura usados en la secundaria de la época sirve de ejemplo, entre muchos posibles, de esa hegemonía cultural. También vale observar el vocabulario utilizado ampliamente por el periodismo "burgués", o sea, por todo el periodismo salvo sus franjas extremas. Lo mismo ocurría en Francia, posiblemente en grado aún mayor, pero el PCF se hundía por su falta de renovación y lucidez. En cambio, en Italia, el gran éxito "burgués" de Berlinguer fue precisamente su "arrastre" en las urnas, una clase de victoria que para un comunista duro, stalinista-castrista, sólo merecía el desprecio. El "eurocomunismo" era para ellos lisa y llana traición a la URSS aunque fuese una aplicación del gramscismo. De hecho, la cúpula de la URSS amenazaba con romper el PCI para respaldar a los ortodoxos, y con esta amenaza refrenaba el impulso reformista de Berlinguer.

La compleja ambiguedad de la figura de Berlinguer es por todo esto fascinante. La vieja guardia no lo podía ver, pero su victoria interna era inevitable, mandatoria para acomodarse a un tiempo nuevo que rompía con la tradición stalinista después de las invasiones sangrientas de Hungría y, sobre todo y fundamentalmente, de Checoslovaquia (agosto de 1968: hace 40 años). En pleno 68, esta bestial represión militar llevó a la ruptura del PCI con los PC ortodoxos y al congelamiento de las relaciones con la URSS. El PCI de Luigi Longo, en el que Berlinguer era el número dos, usó la expresión "grave disenso" en la tapa del diario partidario L'Unitá para condenar la represión de los tanques de Brezhnev. Hoy suena eufemístico, entonces fue un punto de rotura. También hubo una crisis interna que derivó en la ratificación de la línea amiga de los comunistas reformistas checos de Dubcek y su Primavera de Praga, aniquilada en sangre, y, por otro lado, a la creación del grupo Il Manifesto, que al contrario que Berlinguer, veían en Praga la necesidad de radicalizar el comunismo y la lucha al capitalismo y criticaban a Dubckek por "socialdemócrata", o sea, por procapitalista. Los efectos de Praga y de este viraje socialdemócrata, reformista y ciertamente "burgués" del mayor partido comunista de Occidente se produjeron, combinados con el Mayo Francés, sobre toda la izquierda italiana: el hecho de que se mostraran ya sin velos la realidad del Gulag y los tanques aplastando estudiantes no permitió los eufemismos y silencios de 1956. Pese a las grandes limitaciones técnicas de los medios de comunicación de entonces si se los compara con los actuales.

Una situación, aquella del 68 italiano, que remite al apantallamiento de la represión chavista en 2017 y en 2018 a la sandinista en Nicaragua. Que, por ese desarrollo exponencial de los medios de comunicación resulta aún mucho más ardua y obscena. La reacción de una clase dirigente aún comunista pero ya democrática fue la opuesta al negacionismo que hoy muestra en bloque toda la izquierda latinoamericana ante la stalinización explícita del chavismo. En la Europa de 1968, los hechos de Praga avivaron _ante la imposibilidad casi ontológica de dejar de ser de izquierda_, la huida hacia adelante que representaron el grupo Il Manifesto, el maoísmo universitario (una generación que miraba con profundo desprecio a la URSS y al PC) y que poco después derivará en el guerrillerismo falsamente proletario de los años 70 italianos (que no fueron solo las Brigadas Rojas, sino decenas de otros grupos terroristas salidos del estudiantado universitario). Este marxismo radical ya no prosoviético era un camino sin salida alguna, como bien sabían Berlinguer y su círculo. En el caso de los intelectuales con cátedra de prestigio y de la burguesía culta de izquierda, se trataba más que nada de un elegante juego de salón; en el caso de los estudiantes, de un rito de iniciación que se acompañaba de tomas de universidades y colegios secundarios. Un mundo y una época que Nanni Moretti retrató desde adentro en sus películas juveniles. Pero el socialismo real como modelo había muerto, y el grupo dirigente del PCI de Longo y Berlinguer lo tenía clarísimo, mientras en América latina se le siguió haciendo el "aguante" a la burocracia criminal del PCUS hasta 1991. Los "eurocomunistas" se anticiparon 20 años a Gorbachov. Como Dubceck en Praga. En 1989/90, el PCI dejaría de ser tal y pasaría a llamarse Partido de la Izquierda Democrática, PDS. Berlinguer había muerto inesperadamente en 1984, pero sin dudas hubiese estado al frente de los reformistas de su partido.