sábado, 13 de noviembre de 2010

Tea Party: lección de sentido común fiscal ante el fracaso de la receta neokeynesiana

En estos días publiqué esta columna sobre las elecciones americanas, en un intento por contrarrestar las caricaturas maniqueas y despectivas que el progresismo lanza sobre los rústicos rednecks del Tea Party, reos de haber bajado a Obama del pedestal del mito. Ocurre que esta vez los muchachos no hablan de Dios ni de células madre, ni combaten evolucionismo biológico, sino que se centran en temas como gasto público, déficit, rescates bancarios, reforma sanitaria, y ponen el dedo en la llaga sobre el error dogmático a lo Krugman, de pedir más y más gasto como única solución, cuando la receta keynesiana aplicada desde septiembre de 2008 ha demostrado sobradamente sus límites y está creando una enorme bola de nieve de deuda y déficit sin mejorar el empleo ni ningún otro índice social. Los Tea Party deben ser reconocidos como lo que son: un movimiento social de "abajo", auténtico, aunque gran parte de su "menú" pueda no gustarnos a los liberales.


A 10 días de las elecciones de medio término en EEUU se puede intentar un análisis de su significado de fondo. La primera conclusión es que la nueva era "liberal" (o sea, progresista, en el vocabulario estadounidense) que representa Obama parece haber quedado fuertemente redimensionada.

Hay que recordar que la reforma del sistema de salud querida contra viento y marea por Obama en marzo pasado, la llamada "Obamacare", fue un punto de inflexión negativo para los demócratas. Esa iniciativa, alcanzada de manera unipartidaria pese a su alcance y dimensión, le costó la banca este 2 de noviembre a muchos demócratas, como reconoció Obama al día siguiente. Es que contra lo que se piensa en el exterior, en EEUU la reforma de salud es impopular, por el alto costo fiscal que trae cuando el país ya está agobiado por la deuda pública y el déficit, y porque la tradición nacional manda que las grandes reformas deben hacerse en forma bipartidaria.

Lo que el estadounidense medio ha rechazado en estas elecciones es una suerte de religión laica del gasto público como estímulo permanente de la economía. La doctrina de Paul Krugman, la nueva era keynesiana con mucho gasto y mucho Estado ("gobierno", dicen los norteamericanos), está hoy a la defensiva en EEUU. Después de casi tres años de estímulo fiscal y de déficit disparado a las nubes, los resultados son apenas mediocres, el empleo no aparece y la herencia para las próximas décadas es pesadísima: la deuda pública llega a los 13,7 billones de dólares (sic) y sigue creciendo, y el déficit (1,3 billones en 2010) no desaparecerá por muchos años. Krugman, así como Obama y sus economistas (más moderados que el polemista de Princeton), han perdido la "batalla de las ideas" ante la opinión pública, que al ver crecer la cuenta de un plan temerario dijo con el voto "no, paren con esto". La gente del Tea Party cree honestamente que esta doctrina keynesiana radical ("hiper-liberal", se la llama en EEUU) apunta a cargar a la actividad privada, impulsora principalísima de la economía, con el gasto público de manera permanente y ya no excepcionalmente, durante una recesión. Este temor se justifica cuando se observa el planteo de mantener alto el gasto por más fuerte que sea el déficit durante años, y aún así desde tribunas influyentes se pide redoblar ese gasto. Ante este panorama, el "público de Wal Mart", como despectivamente se llama en EEUU a los trabajadores y clases medias bajas del interior —que votaron mayoritariamente a los candidatos conservadores del Tea Party—, dieron un sonoro "no" a estas recetas, impulsadas por las élites de Harvard y Nueva York. El ensayista Lee Harris desmonta lúcidamente estos tópicos —paradójicamente clasistas— del progresismo ilustrado del Este. Harris habla de una revuelta popular contra las élites, de un levantamiento de gente común que no quiere que una una minoría ilustrada la lleve de las narices.

Fuera de EEUU, la caricatura descalificante del Tea Party se observa, por ejemplo, en las columnas del novelista Carlos Fuentes, un caso de manual de este clasismo progresista que, ante un movimiento popular conservador que no cuadra con sus dogmas, sólo atina a insultarlo, en lugar de intentar analizarlo y explicarlo. Y cuando se recurre a un lenguaje descalificativo, como es esta caracterización estigmatizante de "público de Wal Mart", es que no se tienen buenas ideas a mano.