martes, 4 de mayo de 2010

Las instituciones europeas en la crisis griega: un decorado costoso

Seguimos con Grecia, esta vez desde la perspectiva de la hipertrofia de instituciones que sufre la UE y de su poca utilidad cuando las papas queman, como pasa ahora:



La "nueva" Europa del Tratado de Lisboa nació el 1º de diciembre pasado, con la creación de más instituciones y nuevos altos cargos. Entre ellos, el del "presidente" de Europa o titular del Consejo Europeo, ocupado por el hasta ese momento totalmente desconocido Herman Van Rompouy. Las comillas son realmente necesarias. A pocos meses de estrenar con toda pompa estas nuevas instituciones y cargos, que inevitablemente se solapan con otros ya existentes y que siguen existiendo, Europa se topó con la crisis griega. Casi nadie se tomó el trabajo de tener en cuenta a Van Rompouy, ni tampoco a José Durao Barroso, titular de la Comisión Europea, el imaginario Poder Ejecutivo de Europa. Todos se dedicaron a escrutar y presionar a Merkel y Sarkozy y a sus ministros. También entró en escena el indeseado FMI de Dominique Strauss-Khan, llamado en auxilio con urgencia. En suma, la enorme estructura estatal pan-europea se deja de lado cuando las papas queman, cuando hay una agenda real y exigente, como pasa ahora. Del mismo modo que, en un continente con absoluto predominio de regímenes parlamentarios, a nadie se le cruza por la cabeza consultar al Europarlamento para nada realmente crucial. Estos casos evidencian la irremediable tendencia de Europa a construir, casi compulsivamente, estructuras estatales y supraestatales costosísimas pero de nulo valor práctico. Citar esta hipertrofia europea de cargos e instituciones es hoy pertinente, porque tiene detrás una cultura que mucho se vincula con la crisis de Grecia, que es la crisis del euro. Es esa misma cultura, llevada al extremo más irresponsable, la que puso a Grecia en la situación en que está: valga de ejemplo su industria del empleo público, subvencionada en gran parte y durante décadas con fondos europeos, gracias a la falta de un serio proceso de rendición de cuentas del gasto. Se sabe ahora que Grecia no pasó un solo año desde el 2000 sin falsear sus cuentas ante la UE, pese a haber rendido con éxito el examen para entrar a la zona euro. Y ni uno de esos años la agencia europea de estadísticas, Eurostat, denunció el problema, como tampoco el Ecofin (otra institución más), ni mucho menos la CE de Barroso, que practicó una concienzuda vista gorda.

Estos malos hábitos se vuelven insostenibles cuando Europa deja, forzada por la globalización, de ser un ente autorreferencial y debe dar cuentas de su más bien exigua racionalidad económica. Falla entonces en toda la línea, y los gobiernos nacionales deben salir a salvar la situación, como han hecho ahora con Grecia.