martes, 2 de marzo de 2010

Los mercados celebran la inseguridad jurídica

Cristina se mandó el nuevo decretazo y ya tiene "la guita", como dijo Pratt Gay. Reacción de los mercados: todo para arriba, fiesta total. Deben estar celebrando ...¿qué? la "seguridad jurídica", imagino. Hoy siguen subiendo los bonos y demás parafernalia financiera, lo que llevó a Aimé Boudou a entusiasmarse: "los mercados entienden, la política no". El episodio sirve para evidenciar un par de cosas: una, que los mercados son ciegos, ética y jurídicamente. Lo único que les importa, en este caso, es que Argentina va a garpar, y nada más. Que, para hacerlo, el gobierno se pase por el culo la Constitución, la división de poderes, el respeto básico de un poder por el otro, no cuenta para nada. El gastado sonsonete de la "seguridad jurídica" se cae así a pedazos ante esta conducta amoral de los mercados, que hoy celebran precisamente lo opuesto, la a-juridicidad de la jugada de Cristina, simplemente porque los beneficia. La evidente inconstitucionalidad de la jugarreta de Cristina no ya no les importa, ni siquiera los roza, les es totalmente ajena, indiferente. Literalmente, no es asunto de ellos. El caso deja al descubierto la debilidad conceptual y teórica del liberalismo economicista. Que nos quiere hacer creer que lo que es bueno para los mercados es intrínsecamente bueno. A este pobre silogismo se reduce el discurso de esta rama, hoy predominante, del liberalismo. Los temas pueden ser variados, el nivel técnico puede ser alto o no, pero el argumento de fondo siempre es ése: si algo es bueno para los mercados, entonces es bueno en sí, o, peor, no es ni siquiera analizable críticamente. Bueno, no es así, y este caso del nuevo DNU lo prueba de manera palmaria. Algo puede ser bueno para los agentes económicos, o para algunos de ellos, pero muy malo para la sociedad, como el DNU de Cristina. Y podrían buscarse muchos ejemplos más.

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Anexo polémico (el lector que esté satisfecho con el tramo anterior puede cortar por la línea de puntos)

Y más allá de este caso, la dogmática del economicismo nos dice que siempre es mejor menos Estado que más. Que el Estado debe limitarse a dar seguridad y justicia, y, tal vez, algún otro bien esencial, nada más. Este discurso despotrica contra "la política", como acaba de hacer el ex Chicago Boy Boudou. Sucede que en la escena pública existe un sujeto, institucional y político, que es el Estado. Cuando se invocan a las instituciones, a la Justicia, al Congreso, etc, lo que se hace es invocar a los poderes del Estado. Del Estado democrático liberal, por supuesto, pero del Estado al fin. Y acá viene un punto clave, se invoca al Estado demo-liberal contemporáneo, no al de 1850. Y este Estado moderno tiene, además de su núcleo de tres poderes políticos, una espesa trama que, por un lado, provee de bienes públicos y, por otro controla y regula la actividad privada. Entre esos bienes públicos están, claro, la educación y la salud, y, en los países avanzados, la protección social para quienes se quedaron afuera del circuito económico. Entre los órganos de control podemos citar a los que controlan los medicamentos, los alimentos y un largo listado de bienes; también están los que controlan la defensa de la competencia y la provisión de bienes esenciales como electricidad y agua. Sumemos una extensa normativa que va desde la protección del patrimonio arquitectónico a los horarios de apertura y cierre de los boliches, entre una infinidad de actividades. Y podríamos seguir enumerando por un largo rato. Que este afán regulador se desmadre y tienda a la hipertrofia, todos los sabemos. Ahí está la UE y su arrogante burocracia de Bruselas. Pero el hecho es que cuando se habla hoy de un tipo de política concreta a seguir, tácitamente se hace referencia a un Estado democrático con todo este tramado regulador. Nadie, ni el PP español, ni los republicanos americanos, ni los tories ingleses, ni Piñera en Chile, se plantean, ni por un segundo, gobernar sin esa trama reguladora. Hecho político que deja reducida a una entelequia políticamente irrelevante la noción de una economía privada pura, de sujetos económicos actuando libre y etéreamente, sólo condicionados a "la ley moral dentro de mí" de Kant. Aquella realidad contemporánea contundente manda al trastero de los dogmas vacíos a esa ideología de salón que, inexplicablemente, tiene tanto éxito en ese mundo cerrado y pequeño de las fundaciones y academias privadas. Es este más un fenómeno antropológico y cultural que político, y por lo tanto tiene escasa importancia práctica. Debo agregar que, al menos para mí, tampoco tiene alcance o relevancia teórico-filosófica. Pero esto ya lo dije antes.