sábado, 12 de diciembre de 2009

A propósito de Posse (pero también de Scioli y Binner): la seguridad, un valor vital pero peligroso

(Nota: tengo la notebook en reparaciones, así que tardé un tiempo en hacerme de la PC de mi esposa. De paso, maceré las ideas un poco más, creo yo)

Abel Posse dijo unas cuantas, no verdades, pero sí cosas certeras en su famosa columna para La Nación. Es, claramente, un conservador de viejo tipo. Cuando con ironía y gran pluma critica a los opositores por refugiarse en latiguillos vacíos, como la educación invocada como un talismán todopoderoso, da en el blanco ("La recuperación social y moral del delincuente es en todas partes (salvo en la Argentina) un episodio posterior al de desactivar su peligrosidad con la energía suficiente para que el representante del Estado y los ciudadanos o bienes amenazados no corran riesgos") . Aquí ya dijimos cosas similares, claro que sin una fracción de la prosa de alta calidad de Posse (el tipo es un gran escritor e intelectual: en los 80 publicó en el viejo suplemento cultural de La Nación uno de los mejores artículos periodísticos que recuerde sobre Heidegger). En otras cosas que señala, sin embargo, su conservadurismo lo hace equivocarse de medio a medio, como cuando afirma que las FFAA fueron desarmadas por el gobierno K para vengarse de sus militares. No, fue Carlitos I el que en los 90 inició el presunto desmantelamiento militar, los K simplemente continuaron esa línea agregándole un cierto sadismo monto old style, al ponerles encima a los milicos a la compañera Garré.
Pero, bueno, el asunto es: ¿está en lo cierto Posse sobre la seguridad? Y sí está en lo cierto, ¿es la seguridad cosa de fachos o conservas como él? ¿O existe una alternativa progresista, pero real y concreta, a la devastación que está provocando hoy la inseguridad? Veamos. Scioli se desangra políticamente, no por la crisis económica ni de caja, que puede pilotear mientras le chupe las medias denodadamente a Néstor, tarea bucal en la que sobresale como nadie. No, el manco se cae a pedazos por la desastrosa falta de seguridad bonaerense. En Santa Fe tenemos nuestra propia versión del problema. Binner acaba de atravesar su primera crisis de gabinete por su floja política de seguridad. Al ver el problema, su hombre fuerte, Bonfati, quiso meter a un comisario al frente de la Secretaría de Seguridad, pero le saltaron las segundas líneas. Hubo una tarde de furor rosarino en la anodina ciudad de Santa Fe. Resultado: Binner tuvo que echar mano nuevamente a Rosario, llevarse a Santa Fe a otro cuadro político local probado, Ghirardi, dejando aún más desnudo al pobrecito de Lifschitz en la intendencia. Pero el problema en Santa Fe no es la falta de buenos cuadros sociatas, sino la imposibilidad cultural del progresismo de enfrentar con eficacia la crisis de seguridad. La derecha _Posse, Macri, De Narváez, Reutemann_ está culturalmente mejor preparada para hacerse cargo del problema. Esto es tan viejo como el mundo: los avances sociales a la izquierda, la seguridad pública _o sea, el uso del aparato de represión del Estado_, a la derecha. Salvo el caso de un facho como Perón, que hizo las dos cosas a la vez, la regla universal es ésa. Y no hay ejemplo en la Historia del mundo en el que un reclamo social generalizado, creciente y justificado de seguridad, y por lo tanto, de represión, no haya llevado al poder a las derechas. El caso más reciente en Argentina es, claro está, los 70. La violencia era política, pero violencia al fin, y de grandes dimensiones, y lo que había en la sociedad en el 75-76 era un evidente y fortísimo reclamo de recuperación de la seguridad pública a través de la represión. El relato mítico de la izquierda local, de que la dictadura del Proceso vino a reprimir un proyecto nacional y popular libertador apoyado por las masas, es así un gran bolazo histórico. Posse dice más o menos esto, con su lenguaje y, sobre todo, su ideología, que es el peronismo más conservador, ese que en 1983 apoyaba la ley de autoamnistía de la dictadura.
Como sea, los casos Scioli y Binner evidencian que, ahora sí, la inseguridad está empezando a pasarles factura a los gobernantes. Hubo unos años de paciencia, de reclamo más o menos contenido, ahora se terminó, el reclamo es abierto, furioso, creciente, potencialmente brutal y costoso políticamente para los que posan sus ambiciosas asentaderas en los altos puestos ejecutivos.
Vale hacer un breve apunte histórico. La seguridad hoy se da por adquirida en las sociedades más o menos evolucionadas, y por eso su súbita falta se considera un hecho gravísimo. Pero recordemos que hasta bien entrado el siglo XVIII era toda una aventura salir de los muros custodiados de las ciudades de Europa. En otras palabras, la conquista de las libertades civiles y políticas vino junto con la de la seguridad pública, y esta con el control real del territorio por el Estado. Fue un avance civil alcanzar el hoy tan invocado monopolio de la violencia legítima por el Estado, frase que me da escalofríos pero que a Posse le debe provocar entusiasmo (él dice: "los Kirchner lograron demoler el básico esquema constitucional de orden público y de ejercicio de la fuerza exclusiva del Estado para cumplir con la misión esencial de reprimir (que, según la Real Academia, significa "contener, refrenar, templar o moderar".) Reprimir es obligación del Estado en cuanto "contención en acto del delito inminente". Se enfrenta al delincuente para garantizar la vida del ciudadano con sus libertades (la de circular libremente, por ejemplo) y sus bienes").

Así, queda claro que la seguridad es un bien público esencial, como se comprueba trágicamente cuando viene a faltar, tal como ocurre actualmente en las ciudades argentinas. Es un derecho básico inalienable, irrenunciable. Sin seguridad nuestras vidas se deshacen. Por esto es un tópico obsesivo de las películas de ciencia ficción, donde asistimos a la desaparición súbita del Estado y de sus instituciones represivas y organizativas de la vida social. Sin ellas no podemos vivir, pero con un exceso de ellas vivimos, sí, pero bajo una dictadura, en un hormiguero, en una sociedad militarizada. La policía pasa, de ser una fuerza que impone el esencial orden público para que desarrollemos libremente nuestras vidas privadas, a policía política, como sucede en Cuba, en China, en el viejo orden peronista que tanto extraña Posse. El Estado se vuelve un padre omnipotente y represivo. Ocurría también durante el Proceso, cuando era habitual ir en cana por cualquier motivo pueril. El tonito a lo Luis Sandrini de los canas "buenos" no me lo voy a olvidar. El mismo tono y la misma figura, entre paternal y amenazadora, de jefes en el trabajo, de profesores en la facultad. La vida era una pésima comedia de los hermanos Carreras, donde se imponía el "estilo de vida argentino", valor central de la clase media plenamente compartido por los militares, los radicales, los desarrollistas y, ni hablar, los peronistas, que eran casi todos conservas como Posse (claro que muchísimo más brutos).
Posse olvida _o anhela_ este peligro autoritario, por eso es un conservador que da prioridad absoluta a la seguridad y jamás será un liberal (ni creo que lo pretenda ser). En cuanto a Macri, De Narváez y Reutemann, estas complejidades se les escapan totalmente, y seguramente, de barruntarlas no les importarían en lo más mínimo. Son, acabadamente, hombres de acción, nunca de pensamiento. Para eso llaman a Posse.

Nota II: me hice recién unas manzanas acaremaladas con crema y canela, así tenía tiempo a macerar un poco más las ideas de esta columnita. Ah: desde este humilde rincón elevo en la noche una plegaria por Sandro.