sábado, 2 de febrero de 2008

La agresión del terrorismo islámico y el derecho a la guerra como legítima defensa

La hegemonía cultural progresista y multicuralista hace que Occidente, Europa en particular, vivan bajo la inhibición o incapacidad de plantearse la guerra como recurso legítimo. Esta inhibición potencialmente letal es el resultado de esa ideología dominante, que afirma, por ejemplo, que el actual conflicto con el terrorismo islámico es poco menos que una construcción propagandística que legitima las pretensiones imperialistas de EEUU y sus aliados de la Otán. Por esto, cuando el progresismo usa términos como terrorismo o similares generalmente recurre a las comillas, para remarcar que se está ante "representaciones", a las que se debe desenmascarar.
Es útil recurrir a un ejemplo: el profesor alemán Ulrich Beck, columnista habitual de diarios como El País de Madrid y un buen representante de esta tipología dominante. Beck usa las comillas para hablar, no ya de terrorismo islamico, sino de comunismo, explicando que la Otán y EEUU reemplazaron al antiguo enemigo (el "comunismo", precisamente) por el nuevo, el terrorismo islámico, en su compulsiva necesidad de hallar un enemigo que combatir. ("Con la caída del Muro de Berlín han emergido Estados que, al haberse quedado sin enemigos, buscan nuevas representaciones del enemigo. Algunos esperan que el "terrorismo" sustituya al "comunismo" como el enemigo que unifique a Occidente") Parece así que para Beck los 20 mll tanques y seis mil aviones de combate, por no hablar de las armas atómicas, que durante décadas la Urss apuntó contra su país formaron parte sólo y únicamente de una "representación",es decir de algo así como un artefacto retórico útil para manipular a la población. El truco reside en hacer una traspolación ilegítima del plano gnoseológico o epistemológico (es obvio que todos construimos representaciones en nuestro trato con el mundo) al político y social. Porque el término "representación" utilizado en el modo de Beck, conlleva una fuerte connotación, si no negativa, sí de extrema relatividad, de dudoso valor.
El 11-S, los atentados de Madrid y Londres, los de Bali y Yakarta, los de Estambul y Casablanca, Argel, Kabul y la serie interminable en Bagdad, sólo para citar los más graves y recientes, serían así, no parte de una ofensiva internacional de una vasta red islamista que a su vez expresa una radicalización religiosa generalizada en esa parte del mundo, sino una falaz "constructio" retórica de Bush y sus aliados. Pero como esto es claramente un absurdo porque la evidencia empírica y vivencial resulta abrumadora, es mejor reconocer que existe, efectivamente, algo así como el terrorismo islámico, y que "en algunas" naciones islámicas se vive bajo el autoritarismo y la negación de los derechos más básicos. "Las personas que viven en un mundo con una concepción autoritaria del poder, como ocurre bajo algunas formas del islam, viven de manera distinta a aquellas que viven en un mundo en el que el poder se reparte democráticamente", descubre, maravillado, el profesor Beck, obligado a hacer una contorsión sintáctica extrema para decir algo simple y que es por demás sabido y evidente: que en casi todos los países islámicos predomina el autoritarismo. Ocurre que, en su enrevesada frase el "algunos" es decididamente falaz, mendaz.
Beck hallará, claro, el origen de esta violencia terrorista islámica en "el dolor y la humillación" en que viven las poblaciones de esa religión. Humillación y dolor impuestos, es casi innecesario decirlo, por Occidente y su peor invención, el capitalismo, y no por el fenomenal fracaso de esas sociedades en modernizarse. Fracaso en el que la combinación de islamismo cerril y tribalismo tienen la mayor parte de responsabilidad histórica objetiva, y no las malignas naciones de Occidente.
La cuestión de fondo de este discurso estandarizado y falso es la negación apriorística del derecho a la defensa, a declarar la guerra a un enemigo de la sociedad democrática en la que se vive. De la que se usufructúan todas las ventajas, pero a la que se niega sistemáticamente este derecho vital cuando enfrenta, precisamente, a enemigos que la quieren destruir. Este pensamiento es, en sus distintas tonalidades, siempre antioccidental, anticapitalista y antiliberal. Aún en versiones
moderadas como las de Beck (un habermasiano, después de todo), que glosa, a propósito del cambio climático: "Si la "soberanía del mercado" ha representado alguna vez una amenaza mortal, es precisamente ahora, a la vista de las amenazas de colapso climático y los gastos incalculables que éste provoca". Como se ve, el único enemigo real está en casa y nos da de comer (muy bien, en el caso del profesor alemán): el capitalismo occidental y el liberalismo, que crearon de las ruinas del totalitarismo fascista y comunista la sociedad moderna y democrática en la que viven, plácidamente, nuestros numerosos Becks.
Occidente, tomando como ejemplo a Israel, su pequeña avanzada en Medio Oriente, debe reaprender a combatir si quiere prevalecer,y en el futuro, sobrevivir. La libertad se gana, si no todos los días, sí todas las generaciones. Como saben los israelíes, como hasta cierto punto lo saben también los estadounidenses, hoy confundidos por la retórica anti-Bush que mezcla de mala fe peras con manzanas al meter en la misma categoría un error estratégico como Irak (pero también esto habría que revisarlo) con la legítima lucha contra el terrorismo islámico en general y, en particular, la absolutamente necesaria intervención en Afganistán. Contra lo que creen la intelectualidad y los progres europeos, el mundo es un lugar duro donde prevalece el más duro. Vladimir Putin lo sabe, en Pekín lo saben. Occidente debe demostrar a sus enemigos (hoy el extremismo islámico, muy pronto China y Rusia) que está dispuesto a ir a la guerra. Desechar a priori el recurso legítimo a la guerra, como propone el progresismo, es declararse derrotado sin combatir. Una cobardía y un lujo decadentista propio de quien usufructúa todos los privilegios y libertades de la sociedad occidental pero prefiere, neuróticamente, verla derrotada y humillada.