martes, 26 de febrero de 2008

ADN portaestandarte del snobismo light

Saturado de la escuálida realidad política latinoamericana, volví por estos días mi atención a la nueva revista de La Nación de los sábados.


Aprovechando de su posición dominante, o más bien monopólica, en el sector ABC1, La Nación replicó hace unos meses la operación editorial de Clarín, cerrando el venerable Suplemento cultural de los domingos que tanto prestigio le diera en décadas pasadas (aunque hacía tiempo que languidecía en evidente decadencia) para suplantarlo por una revista, ADN, que desde este mismo título ya nos advierte sobre su ligereza, tan buscada y tan lograda.

En las notas de la nueva revista predomina un tono candorosamente snob, de quien pretende estar actualizadísimo. Ingenuidades como "las nuevas tendencias en el arte", por ejemplo, se repiten sistemáticamente. La gráfica de tapa y de las paginas principales también apunta en esta dirección. El lector se enfrenta all con una melange estridente de pop y exceso de recursos gráficos que a veces daña la vista (ver la penúltima tapa, en tonos fucsia, sobre "el cine después del cine", otro título demostrativo del temperamento que aquí se señala). Porque todo gira acerca de "lo nuevo", lo trendy, lo que se consume entre los iniciados en los distintos campos de la cultura y el arte. Una guía, no ya para no ser grasa, sino para no ser viejo, para no "quedarse" en cuestiones de gusto, se trate de arte, literatura o cine. De hecho, un número estuvo dedicado a dar una guía explícita bajo el título ¿Que es ser culto hoy? La nota elaboraba un cuidado listado de lo que hay que leer, ver y tener. "Para ser culto hoy", precisamente.
Resulta fácil imaginar el trabajo de marketing y diseño que parió a ADN, el snobismo galopante y a la vez naif que habrá predominado entre esos "creativos" de una agencia, encargada del marketing, y del estudio gráfico a cargo del diseño. Agencia y estudio de lo más top y chic, por supuesto. Creativos y diseñadores que, a no dudarlo, se la creen hasta el cuadril. Suponiendo un grado menor de ingenuidad en los editores de la revista, está claro que se antepuso la noción de imponer un nuevo "producto" a participar de una operación cultural, que es lo que debe ser el lanzamiento de una publicación de este tipo. Fernández Díaz y compañía se han embarcado alegremente en una aventura comercial-marketinera sin ningún prurito crítico perceptible, mientras abunda un descomedido autoelogio.
Pero por sobre todo predomina ese continuo asegurarle al lector la posesión de una brújula cultural que lo tranquilice, en cuanto a que está consumiendo el producto correcto, y no uno pasado de moda, out. La frivolidad porteña y argentina alcanzan así una nueva cima, entre columnas de cine firmadas por Fito Páez (!) y entrevistas a Joaquín Sabina (dos cosas inimaginables en el desaparecido Suplemento), mientras, para compensar y no perder la cara del todo, se permite que alguna bibliográfica seria levante un poco la puntería. La fórmula inicial de reunir a dos escritores de moda para que charlen fatua y banalmente entre ellos parece afortunadamente descartada. El siempre activo gremio de los escritores de éxito lo debe estar lamentando: era un expediente fácil y muy redituable en términos de promoción gratis. Una hora de cacareo culterano delante de un grabador y listo. Otro recurso que en el viejo Suplemento no se hubiera permitido nunca.

Mientras, el espacio para disciplinas difíciles y exigentes, como filosofía y poesía, se limitó radicalmente. Se podrá argüir que se publican notas de estas especialidades, algo siempre posible en una revista de 40 páginas semanales. Pero el lugar que se les asigna nunca es prevaleciente, ni cuantitativamente importante en relación con esa abundancia de espacio.

En suma, ADN es una revista ideal para las habitaciones del hotel para snobs adinerados de Alan Faena, mucho antes que una publicación rigurosa dirigida a lectores con formación. Una de las pocas veces que el tema de tapa fue literario y de calibre, la familia de Thomas Mann, el asunto se trató con una liviandad que espantaría al lector culto europeo. La nota principal parecía más propia de una revista general o dominguera que de una publicación que se pretende de gran aliento. En el último número, Fernández Díaz presenta la entrevista a De Lillo de este modo: "Es un lujo contar con esta entrevista a De Lillo. El escritor se tomó varios segundos antes de responder cada una de nuestras preguntas. Vale la pena probar esas delicatesen. Ojalá las disfruten tanto como las he disfrutado yo. Feliz sábado." Delicatesen: eso es lo que ofrece el editor de ADN para pasar un "feliz sábado". De Lillo sería como unas rodajas de jamón de Parma acompañadas por un buen vino. Y feliz sábado,cholulos.

En cuanto a la sección de arte, campea también allí una liviandad nada casual: se apunta al snob de dinero de algo más de 30 años, el consumidor típico de lo que se le vende como arte contemporáneo (las "nuevas tendencias" ya citadas). El target es, claramente, el tipo que se pasea por ArteBA y compra "algo" por unos cuantos miles de pesos, siempre que le aseguren que está bien iscripto en esas nuevas tendencias. Nadie le dirá honestamente que está consumiendo una copia vieja y de mala calidad del conceptualismo de los años 70, por supuesto. La insoportable Alicia de Arteaga es la principal promotora de esta línea paqueta y frívola. Es que el tándem "diseño"-moda-arte contemporáneo es el trasfondo epocal del que forma parte activa y acrítica ADN.