domingo, 1 de mayo de 2011

Sabato y aquel prólogo

Allá por los años 70 se leía mucho a Sabato, como también se leía a Sartre, a Camus. Recuerdo las ediciones de La náusea, que era la gran novela de Sartre, y las de El túnel y Hombres y engranajes. Pero como les pasó a los existencialistas franceses, Sabato ya era entonces un autor que estaba saliendo del centro de la escena para ser sustituido sin misericordia por otra generación. La alta cultura es de un darwinismo implacable. Así como el estructuralismo reemplazó en pocos años en las cátedras de Filosofía y Letras al existencialismo, así pasó de moda Sabato y fue sustituido por los autores del Boom. Un hermoso artículo de Horacio Salas en Clarín este sábado recordó muy bien el asunto. La generación de la Tendencia, para entendernos, dejó de leer a Sabato, a quien había reverenciado en su adolescencia en los años 60, y en su juventud en los 70 se pasó a Rulfo, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez.
Con el 83 y la democracia llegan la Conadep y el Nunca más, cuando Sabato ya era un novelista jubilado pero seguía siendo un ensayista muy activo y leído (es del 79 su "Apologías y rechazos"). La Conadep es para él la consagración moral definitiva con la mayoría de la sociedad y el malquistamiento, también sin retorno, con las minorías activas de los organismos de DDHH y del establishment cultural. Desde aquella fecha viene el sempiterno pase de factura por los "dos demonios". Efectivamente, la izquierda no le pudo ni puede perdonar que hiciera una enunciación del drama de los 70 en esa clave, que es la de la legalidad "burguesa", republicana-liberal. Para el orden jurídico de la democracia, dirán Sabato y la Conadep, un acto terrorista es un delito aberrante, lo cometa quien lo cometa. Se observa acá el pecado imperdonable que cometió Sabato. La defensa coherente de la democracia republicana y constitucional implicaba per se la condena de los delitos de militares y de guerrilleros, por igual. Que los militares hayan actuado para cometer sus delitos con el poder del Estado es (como ya se ha dicho acá hace años), un factor agravante, nunca un dato configurante del delito imputado. Que ese agravante, entonces, no existiera en el caso de las guerrillas, no evitaba que el delito aberrante existiera. Un asunto tan meridianamente claro no debería ser objeto de tanto debate. Pero claro, hoy no se trata de debate sino de una afirmación dogmática y categórica, que no admite, precisamente, el debate. Hoy muchos tiemblan ante la más leve insinuación de incurrir en la teoría de los dos demonios, y por las dudas se lanzan en alabanzas y apologías de los "jóvenes románticos" setentistas. Cuando Sabato escribió aquél prólogo, este cerrojo moral y argumental aún no estaba instalado en la sociedad, no era todavía "sentido común", y se limitaba a dominar en cenáculos reducidos, como los organismos de DDHH o la cátedra universitaria. La doctrina del Nunca más, de la Conadep y de Sabato, es un valor adquirido y definitivo en sociedades que han superado al terrorismo guerrillero y al terrorismo de Estado, como España e Italia. A "nadie" en esos dos países se le cruza hacer la apología de las Brigadas Rojas, de ETA o del Estado franquista. Ese "nadie" quiere decir las grandes mayorías sociales, pero también las minorías ilustradas. En Argentina, en cambio, el radicalismo violento fue siempre legitimado por una minoría política y una buena parte de la elite cultural. Que nunca le perdonaron a Sabato su liberalismo republicano, su prólogo malditamente burgués. Esa minoría rencorosa y antirrepublicana hoy tiene el poder y reescribe la Historia a su gusto, imponiéndole a la mayoría su interpretación maniquea y violenta del pasado. Operación que incluye quitar aquel prólogo irritante y sustituirlo, en un acto a la vez banal y brutal, por otro "correcto". En la sociedad que aceptó sin chistar ese manoseo debió vivir Sabato sus últimos años. Por algo lo hizo en total silencio.