domingo, 22 de mayo de 2011

España: el síntoma y el debate de fondo

Publiqué ayer esta columnita sobre la crisis española. Le hice acá mínimas correcciones, dado que salió publicada con algún erro, propio de la doble función, y algunas agregados y acotaciones pertinentes:


La irrupción del movimiento de los "indignados" puede analizarse de dos modos: o tomándolo como síntoma de la crisis o dejándose llevar por sus consignas, adoptarlas como propuestas programáticas que deben estudiarse detenidamente. Es evidente que la primera alternativa es la más acertada. Los movimientos juveniles son siempre grandes ritos de iniciación colectiva, mojones generacionales. Y este marco desborda sus contenidos explícitos (petitorios, manifiestos, eslóganes, etc.) Así que conviene centrarse en la crisis económica que explica esta eclosión social.

España viene de casi tres años de crisis profunda, con el desempleo estabilizado por encima de las 5 millones de personas. Esto a su vez ha disparado el gasto público desde fines de 2008, por el seguro de desempleo. El nivel del déficit se ha ubicado desde entonces en niveles incompatibles con la Eurozona (11,4 por ciento del PBI en 2009 y 9,8 por ciento en 2010). Gran parte de esos millones de "parados" españoles son jóvenes, lo que explica el fuerte sesgo generacional del movimiento del 15-M. Ante este cuadro pueden adoptarse enfoques económicos diferentes, pero es claro que "algo" se debe hacer, además del inicial gasto contracíclico que todos hicieron _y hacen.

En este punto es donde el debate se complejiza: la receta de recortar gasto público aplicada en Europa está teniendo un costo político relevante en España (que le pregunten a Zapatero y al PSOE) y en el resto de los países en crisis. Grecia, que está al borde del default (ver página 30) vio contraerse su economía algo más de 6 por ciento el último año. El debate es si se debe aplicar la "receta" ortodoxa contra viento y marea hasta lograr un gasto sustentable, o si esta medicina amarga resultará letal para el sistema político y para el tejido social europeo, el más sólido del mundo. Asimismo, Grecia y España no deben ponerse en el mismo paquete, dado que la primera está prácticamente quebrada y la segunda está lejos de ese cuadro. Pero el asunto de fondo es si impulsar o no el gasto hasta que se tenga una reactivación firme (es la postura de Paul Krugman, por ejemplo) pese al aumento que conlleva de déficit y deuda, o si se debe aplicar un recorte a esos altísimos déficit. Es esta última la opción elegida por Europa. Muchos dudan de su validez —o al menos de su sustentabilidad política—, y los jóvenes acampantes abonan estas dudas. A su vez, el que diga que sólo se debe seguir gastando sin más pese a lo niveles astronómicos de déficit fiscal y deuda acumulados sin dar cuenta de cómo se solventarán, incurre en la demagogia más cruda.

El dilema es muy difícil y nadie tiene la fórmula mágica. Los panfletistas aprovechan para hacer paralelos imposibles (con el 2001 argentino, con los 90s, etc) y sentenciar: ven, Zapatero se sometió a los mercados y así le fue, hoy es un cadáver político y encima la derecha volverá al poder. En el otro extremo sólo se atiende a los mercados y se piden recortes de gasto y flexibilizaciones laborales, que en un contexto recesivo sólo pueden derivar en más desempleo. Nada de esto sirve fuera de las trincheras ideológicas. La honestidad intelectual tiene algo de intemperie, por eso tantos la rehuyen.

Por lo demás, el desempleo juvenil es endémico Europa, donde surgieron en los últimos años legiones de “mileuristas”, o sea de trabajadores jóvenes, calificados, mal pagos y con contratos temporales. Fue la respuesta europea a la globalización, su manera de recuperar competitividad en un mundo donde los sueldos tienden a la baja por efecto de Asia, la gran proveedora, ya no sólo de obreros industriales, sino también de programadores de software y muchos otros servicios online.