jueves, 3 de junio de 2010

La flotilla de Gaza y el creciente choque de visiones entre Israel y el progresismo-pacifismo europeo

La tormenta de condena internacional que se abatió sobre Israel desde este lunes debe haber regocijado a personajes siniestros como Luis D'Elía, Mahmud Ahmadineyad, Hugo Chávez, y a esos argentinos, españoles, italianos, etc. que practican un antisemitismo cada vez menos vergonzante, amparados en la cobertura legitimadora del multiculturalismo-pacifismo progresista, que domina o condiciona a gran parte del espacio de la opinión pública. Curiosa alianza entre el antisemitismo pequeño-burgués de más reaccionaria y vieja prosapia y el que se supone debería ser su antídoto.
El auge, en Europa y en su área de influencia cultural, a partir de los años 90 de una cultura progresista surgida al finalizar la Guerra Fría y centrada en lo políticamente correcto y el multiculturalismo dogmático, llevaron a un alejamiento irremontable de estas sociedades de los valores de Israel, orientados a sus necesidades imperativas de supervivencia en un ambiente hostil. Durante una conferencia de prensa de un grupo de ONG españolas para repudiar el operativo israelí contra las naves en Gaza, un anciano de barba insistía una y otra vez: ¡Israel no es un país normal! y le exigía a Zapatero que rompiera relaciones con tan anómala nación. Efectivamente, Israel no es un país normal: es una sociedad occidental rodeada de sociedades orientales profundamente autoritarias, confesionales y premodernas que desean con ferocidad el exterminio de ese anormal vecino. Esos sectores progresistas europeos, que son formadores de opinión también fuera de Europa en países de la periferia occidental como Argentina, enumeran los muertos palestinos y árabes que dejan las acciones de Israel como motivo más que suficiente para condenarla sin apelaciones. Cuando para Israel esas acciones son la conditio sine qua non de su supervivencia, expedientes necesarios para mantener su poder de disuasión regional. Pero en los años 40, 50 y 60 Israel actuaba con sus enemigos con mayor dureza que hoy, y recibía una amplia adhesión desde esas sociedades occidentales. Había una simpatía general hacia esa sociedad del kibbutz que había hecho florecer el desierto a fuerza de trabajo, que ganaba de manera fulminante la Guerra de los 6 días contra un enemigo decenas de veces mayor. Es evidente que la que cambió en estos años no fue Israel, fue la sociedad occidental y, muy específicamente, su valoración de cuándo la violencia es legítima, que en el nuevo sistema de valores europeo parecería no tener lugar alguno. En este esquema de valores, la guerra está prohibida, es per se ilegítima, cuando en aquel mundo surgido de la II Guerra se tenía claro que el recurso a las armas no sólo era legítimo sino vital para la supervivencia de los valores democráticos ante el avance de sus enemigos. En cambio, Israel sigue siendo básicamente la misma sociedad del 48, del 67, aunque no resulte ni la mitad de dura de lo que era entonces. La sociedad europea, al contrario, mudó esa piel gruesa que le había permitido atravesar la II Guerra y enfrentar al nazismo, cuando los europeos democráticos debieron ofrecer su sangre y buscar la de sus enemigos fascistas sin perder sus valores, su humanidad. Este mismo mix de tipo humano y de valores se sigue dando hoy en Israel. Hace tiempo que Europa lo sustituvó con una civilización deseosa de evadirse de las crueldades del mundo real y sumergirse en el bienestar, en un confort no sólo material sino también psicológico y moral. Un pacifismo tout court, incondicional, es la ideología perfecta para realizar esta operación de evasión, de anestesia social. Esta voluntad es tan fuerte que lleva a los europeos a creer en engaños grotescos, como la organizacion turca IHH, un grupo de islamistas radicales amigos fraternales de Hamas, que a la vez afirman ser... pacifistas. Solo los europeos pueden creer esto, pero lo hacen, y a través e ellos, una parte del mundo. La grosea manipulación recuerda a esas organizaciones de derechos humanos latinoamericanas que defienden a capa y espada a Cuba, a Chávez, a Evo Morales. Hay que agregar que a este pacifismo ingenuo anglosajón se le agrega, especialmente en los países de la Europa latina y en la América latina, un crudo anticapitalismo judeofófico, al que todo le viene bien mientras sea enemigo de Occidente: los palestinos y Hamás, Hezbolá y Ahmadineyad, Cuba y Chávez, etc. En España y Argentina, dos de esas sociedades occidentales claramente periféricas, abunda esta segunda tipología, mientras el humanitarismo pacifista predomina en los países propiamente occidentales (Alemania, países escandinavos, países anglosajones, etc).
Es por este abismo de visión del mundo, de valores y de necesidades de supervivencia, que se da este choque cada vez más fuerte entre Israel y Europa y su área de influencia político-cultural, mas allá de la circunstancia eventual que dispare el enfrentamiento.