sábado, 13 de junio de 2009

Tambores en la plaza: lo Otro Primitivo que vuelve

Suenan los tambores en la plaza San Martín. De noche. Es un ritmo obsesivo, repetitivo. Primitivo. Creo que son los de la CCC. ¿Qué hay en el fenómeno, una generación atrás impensable, o casi, de estos chicos marginales golpeando en la noche helada sus tambores, horas y horas, a metros de los departamentos burgueses (los de la esquina) y pequeño-burgueses (los nuestros)? Digamos primero lo obvio: que buscan espantarnos, o, al menos, recordarnos que están ahí. Listos. Ellos, que con gusto brutal se apropiarían de mi living, destruirían mis libros. Sin entender nada y, a su vez, comprendiendo lo fundamental: la propiedad.
Pero esto, decía, es lo obvio. Es _ por lo tanto_ lo único que le interesaría a un Verbitsky. Pero, ¿qué más? Hay algo más. Intuyo que: a) se trata de la para mí habitual distancia abismal con los Otros, sean burgueses cultos o brutales lúmpenes como estos tamborileros, y, b) un retorno de lo Otro Primitivo. En esta fuerza primaria radica la importancia y la vigencia del nacional-populismo de Chávez y Evo. Es lo Primitivo negado por el mejor siglo XX, ese del que creo ser parte hace tiempo, desde cuando el siglo XX existía en el calendario. El de los arquitectos: Amancio; el de los artistas modernos: Bonevardi. Para lograr esas cimas, los tambores y sus pulsiones debían callar. Salvo los tambores sublimados por el jazz o Boulez. No estos de la plaza abandonada y desolada. Vienen, creo, de la zona sur. Tetra, paco y tambor. Contra los gorilas que viven acá enfrente. Nosotros. Lo dicho: lo Otro Primitivo que vuelve por sus fueros, una vez desalojada la rigurosa, exigente, racionalidad moderna. Que, además de producir gran arte, y por eso mismo, producía orden.