jueves, 5 de noviembre de 2009

La peor herencia K: una sociedad civil nacional-populista

Conviene ir pensando en la Argentina postK. En ponerse mentalmente en el escenario nacional de enero de 2012. Supongamos, de manera del todo gratuita, que la economía no estará por entonces tan mal como se teme. Que la transición se hizo relativamente bien, sin traumas, que Néstor y toda su banda están tranquilos y mansos en el Calafate, disfrutando su fortuna, pero neutralizados políticamente. Agreguemos otro largo etcétera de suposiciones gratuitas y arriesgadas. Bien, ¿cuál sería en ese escenario optimista el legado K? Me temo que será peor que el que dejaría una mera crisis económica: la hegemonía cultural de la sociedad civil, o de buena parte de ella, por la izquierda castro-chavista-peronista. Me explico: esta izquierda ya tiene el control de buena parte del aparato culural y educativo superior, básicamente las universidades estatales, desde antes de la era K. Pero ahora está ocupando la educación media y primaria con su discurso simplista, emotivo y contagioso. Esta retórica nacional-populista, mixtura de peronismo e historiografía de izquierda, tiene estos atributos emocionales, que la hacen contagiosa. A diferencia del marxismo culto, el de Marx y su larga lista de herederos académicos, esta gente no tiene reparos en practicar el populismo más frontal. Y este hace palanca en mecanismos difíciles de contrarrestar con la argumentación racional. Si se le dice desde la autoridad de la cátedra a un chico de 14 años que su país es víctima de un sistema internacional injusto, que si hay pobres es por exclusiva culpa de ese sistema perverso que se llama capitalismo internacional, se está haciendo educación en el sentido más profundo del término. O sea, no transfiriendo meros conocimientos sino inculcando valores. Y la izquierda argentina bajo el kirchnerato se ha puesto a toda máquina a ocupar estos espacios educativos y mediáticos y a inculcar estos valores antiliberales y antirrepublicanos. Tareas que tienen un grado alto de éxito. Porque ser de izquierda populista otorga una suerte de renta moral o psicológica, que pone al sujeto en el bando moralmente correcto, moralmente superior. Como se coloca automáticamente contra la realidad social vigente, que corre por cuenta y cargo del capitalismo, el sujeto beneficiario de esta renta recibe un enorme alivio: él no es parte ni cómplice, por más que su situación individual sea eventualmente privilegiada, del sistema social que genera, aparentemente pero indudablemente para él, esa escandalosa miseria, esas inequidades. Cierto es que estos mecanismos psicológicos y retóricos también existían desde muchísimo antes del kirchnerismo, como es obvio. Pero en estos años han hecho palanca con el Estado, que les ha dado espacios institucionales que estos sectores nunca antes habían tenido a su disposición. La educación media, por caso. Además de un espacio en los medios de comunicación creciente, de la mano de la actitud empresaria de abandonar la línea editorial en función demagógica.
Así, el tándem medios-educación media está resultado en la conformación de un nuevo sentido común progresista, como también ya se ha apuntado en este blog. Y como todo sentido común una de las cosas que hace eficazmente es acotar los márgenes de discusión. En este caso, la discusión se recorta en modo apriorístico en favor de la izquierda: todo lo que se tacha de "derecha" es rechazado con gesto de escándalo moral y no puede entrar en consideración. La conveniencia objetiva del mercado es un caso ejemplar. ¿Alguien se imagina a un chico del último año de la secundaria defendiendo la economía de mercado en un trabajo de ciencias sociales? En suma, ese poderoso sistema de valores comunes que es el sentido común ha cambiado en pocos años en favor de la izquierda populista, que se presenta como inapelablemente superior, no el plano de la factibilidad, que en toda construcción épica debe ser adverso per se, sino en el de la ética. Frente al egoísmo del capitalista y su ley de la selva, la solidaridad entre iguales. Frente a figuras que ya resultan repudiables en su estética (el yuppie, la City, Puerto Madero, etc), el "militante social", el indigenista que enfrenta al terrateniente y sus matones, el obrero de Terrabusi, etc. ¿Quién dudaría en identificarse, inmediata y perdurablemente, con los segundos, con los "débiles"? En este sentido la estrategia gramsciana de búsqueda de la hegemonía es hoy diferente y mucho más exitosa y perdurable de la aplicada en los 70, al menos en el nivel de la clase media universitaria. En lugar de la pesadez de Lenin, la baratura ligera de la historiografía nacional K. Nada de complejizar, todo lo contrario. Como en una campaña publicitaria. Porque, literalmente, de eso se trata. No se construye una nueva hegemonía cultural, un nuevo sentido común, con el abstruso neohegeliano Marx, quien fracasó en esto aún cuando Marta Harnecker intentó vulgarizarlo todo lo posible. Este cambio de estrategia cultural coincide con el cambio de objetivos: no ya la revolución y la lucha de clases sino, mucho más modestamente, Chávez. Evo en lugar de la Revolución cubana. Menuda reducción de objetivos, pero todo vale si el proyecto de fondo sigue en pie y no solo esto sino que da grandes pasos adelante. Y pensar que hace apenas 20 años se derrumbaba la RDA y caía el Muro.