sábado, 23 de agosto de 2008

Caro diario

Acabo de ver en DVD Caro diario, de Nanni Moretti. Conozco la obra de Morettí, pero esta gran película se me había escapado. Me encanta el tono personal del que surge el humor demencial de Moretti. En Caro diario se luce: hay una recorrida por Roma en Vespa, mezclada con su obsesión por el baile; unas curtidas fenonemales a los matrimonios de la intelectualidad y a los críticos de cine, al rechazo arrogante de la TV; luego, un hermoso homenaje a Pasolini. La vi sin subtítulos, en italiano, porque no encontraba el botón que los pone. De paso practiqué mi italiano y no perdí la impronta orginal de Moretti, muy ligada a su voz. Moretti es de izquierda, más, de izquierda radical. Protagonizó los "girotondi", allá por 2002, contra Berlusconi pero también contra la dirigencia de la izquierda moderada, y luego filmó El caimán. Me pregunto por qué no hay, ni puede haber, un Moretti liberal, por qué este tipo de talentos son todos, pero todos, de izquierda. A nivel académico, bien puede responderse que la hegemonía de la izquierda garantiza su reproducción. Pero no se trata solamente de esta astucia reproductiva. No: es que la esterilidad cultural de la "no-izquierda" es abrumadora. Esta también se reproduce y ocupa todo el espacio, expulsando a los extraños como yo. Adolece, la no izquierda, de una total falta de espesor cultural. Lo que decía en la nota anterior sobre las fundaciones liberales tiene su raíz en esto, no es solamente de un problema de tácticas comunicacionales. Cuando le cuento a un liberal argentino promedio de mi afición por Moretti, sé que voy a recibir un gesto de disgusto o, más probable, de total extrañeza. Mi sentimiento de alienación, así, se profundiza: no tengo nada que ver con nadie, me digo. Con la gente de izquierda ya no puedo estar un minuto, pero estos...¿qué hago con estos, salvo coincidir en política económica? No entienden el humor de Moretti, por ejemplo, y eso me hacer sentir que hay un abismo entre ellos y yo. Antes tuve amigos de izquierda, con los que disentía amablemente, pero teníamos en común estas cosas: ellos sí se reían con Moretti. Y coincidían con mis gustos literarios, o no, pero tenían en todo caso gustos literarios. Pero ese tiempo pasó: las rupturas fueron inevitables, y bastante brutales además. El humor ya no alcanzaba para zanjar las gigantescas diferencias, como en los 80s y 90s. El kirchnerismo ha logrado cosas tan desoladoras como esta. Libros devueltos, saludos retirados, miradas que no se cruzan más. Después de años de ir a tomar café, de bromear sobre boludeces, de hacer esas mil cosas chiquitas que conforman la amistad. El problema, me doy cuenta ahora, es que del otro lado no hay nadie.