jueves, 10 de agosto de 2023

Auge del falso arte en la era digital: un totalitarismo silencioso


Marco Bellochio durante la filmación de "En nombre del padre" (1971)


La inautenticidad, el falso arte para una falsa vida, se han impuesto en forma abrumadora  en las últimas dos décadas. Gracias a la hegemonía de Internet, que superó de manera fulminante a la anterior cultura popular cine-televisiva al combinarse con la producción digital online y el teléfono celular. No porque aquella cultura popular televisiva fuese auténtica, sino porque no ocupaba todo el terreno, todo el campo de la experiencia. Ni toda la cartelera. Dejaba espacio al cine de autor, a los medios gráficos de calidad, a la buena lectura,  al teatro, a la música popular de valor. Basta hojear las revistas de los años 70 (Primera Plana, claro, pero también Panorama, Confirmado y varias más), sus listas de best-sellers, sus críticas de cine y teatro, para darse cuenta de la caída abismal que sufrieron nuestras sociedades en 30, 40 o 50 años. Nótese que no se hace alusión a publicaciones de minorías, como El Ornitorrinco o Crisis, sino a revistas que iban dirigidas a la clase media promedio o un poco por encima del promedio. 

La actual música industrializada, que se consume en cantidades enormes en todo el planeta con patrones estandarizados, fabricada en base a estudios de los efectos neurológicos y psicológicos que llevan a la adicción sonora, es un ejemplo de este nuevo arte falso (sobre la música industrializada, ver a Arran Lomas: https://www.youtube.com/watch?v=oVME_l4IwII&t=607s)


El individuo que crece en este mundo social no tiene opciones auténticas. Los tiempos de la biblioteca familiar y de la prestigiosa biblioteca pública como puerta de entrada a la cultura han quedado atrás. Son cuentos del abuelo, ese que no sabe usar el celular.  
La normalización o codificación masiva han ganado una partida iniciada hace unos 50 o 60 años con la aparición de la TV, pero acelerada de manera brutal en este primer tramo del siglo XXI gracias a Internet y el celular "inteligente". Ahora se suma la Inteligencia Artificial Generativa, un robot que fabrica lenguaje. Lenguaje muerto, necrosado, como dice Eric Sadin. En un tramo intermedio puede señalarse a la TV de los 90, con su "cable", mucho más potente y formadora de gustos que la en blanco y negro de los 60/70. La de Tinelli, para ser claros.
En cine se puede rastrear algo similar a lo ocurrido con la música. Es evidente que la irrupción de las plataformas de streaming y la tecnología digital, las redes sociales, la visión de cine en la pantalla del celular, etc, en pocos años arrasaron con décadas de cultura cinematográfica, musical y literaria. Que ya venía acorralada por la primera cultura de masas, aquella del cine de Sandrini, las comedias de Olmedo y la TV de las telenovelas. Pero que resistía en sus espacios propios, prestigiosos pero más o menos masivos: el cine de autor que se podía ver en salas comerciales, el teatro de calidad en numerosas salas, la buena literatura que como se dijo ranqueaba bien en la lista de best-sellers (eran los casos de Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez, Onetti, pero también Borges, Sabato y tantos otros). Todos tenían su espacio en los medios gráficos citados, eso que no eran de élite sino destinados a la clase media universitaria promedio.  

La humanidad pavloviana

 Hoy, cuando ese mundo se ha perdido por completo, se asiste a un proceso de mutación antropológica pasmoso y aterrador. En esta producción digital omnipresente se hace un entrenamiento intensivo y permanente de reflejos condicionados, un experimento pavloviano que alcanza a miles de millones de animales de laboratorio: a la humanidad completa. El sujeto se habitúa desde su infancia a una continua descarga de estímulos saturados, tanto auditivos como visuales. El sistema nervioso del Homo sapiens no fue hecho para semejante experiencia acelerada e hiperestimulante, similar a la que producen las drogas más dañinas. Además, que, como señalan pedagogos alarmados, el uso desde los 2 o 3 años de pantallas interactivas hace que el niño no desarrolle su habla, que interrumpa su aprendizaje mediante el intercambio oral y gestual con su familia y el resto de su entorno social. 
Pronto este panorama empeorará: la "internet de las cosas" promete llevar esos estímulos a la totalidad del universo perceptivo y de la vida cotidiana del individuo; la IA generativa elimina en este mismo momento toda necesidad de producir texto, lenguaje escrito con la consecuente necesidad de dominar mínimas herramientas de ortografía y sintaxis. Toda nuestra vida, todo nuestro vivir se ve así copado y tutelado por "apps", videos, chats, campanillas de aviso (más pavloviano que esto, imposible).

Pero esta nueva cultura de masas de alcance planetario siente que necesita legitimarse. La demanda viene de los dos lados: del público/mercado y de los fabricantes. Porque el público aún guarda cierto pudor, a través de su formación familiar. El adulto joven tiene aún a sus padres y busca de algún modo responder a sus señalamientos. Siente, en algunos casos, la superioridad de la formación paterna y busca su aprobación. Esta tensión intergeneracional se produce, claro, en hogares de una mínima cultura humanista. 
Tal vez por esta evidente falta de calidad y legitimidad, aún al cine de consumo más masivo busca un tono "oscuro", que presume de grandeza trágica. Solo produce banalidad, estupidez solemne y diálogos farsescos que pretenden constituir una tragedia. Entre tantos ejemplos pueden citarse las películas de ciencia ficción de Disney y las aventuras de Marvel. Respecto a sus similares de los años 80 resultan pretenciosas, violentas y fatalmente ridículas. Remedan, con aire grandilocuente y truculento, a las verdaderas tragedias, pero carecen absolutamente de todo valor trágico por una radical ausencia de calado cultural de los implicados en su producción (guionistas, directores, actores, fotógrafos, escenógrafos, etc). Destacan la serie Star Wars, de Disney, y la millonaria fábrica de cómics Marvel, con sus reideros héroes en disfraces de goma. Todos ellos vienen ahora con pretensiones de tragedia isabelina. Los resultados son inevitablemente grotescos. Pero muchos adultos se los  toman en serio. Todo un índice de hasta dónde ha llegado la inautenticidad radical de la cultura de masas en el siglo XXI. 
El sentido de todo esto es, como ya se dijo, la legitimación de una producción industrial de nula calidad. Premios y alabanzas de una crítica domesticada e inculta no faltan jamás (esta crítica nutre sus filas, a partir de la hegemonía digital, del ex adolescente que deviene crítico de cine a través de un medio online o un canal de Youtube. Su incultura es supina, su falta de educación estética, histórica y literaria es total. Pero sintoniza a la perfección con lo que pide el mercado/público, así que se le abren las puertas de los grandes medios tradicionales ya mutados en digitales, o sea, definitivamente degradados, desfigurados).

Adiós a los bolsones de calidad

Mientras la cultura de masas del siglo pasado dejaba espacios importantes a la cultura  de calidad en cine y otras artes, hoy ese espacio se ha anulado. En los años 70 y 80 reinaba la vulgaridad en la TV y el cine masivo argentinos, pero luego había medios gráficos y circuitos de cine de autor y salas de teatro que ofrecían arte en serio, buena prosa y buen cine. En cine, hasta un 30% de la distribución en Argentina era para cine europeo. De este solo una mínima parte era "de autor", pero el caso es que uno podía ir a ver una obra de Bergman, Saura o Truffaut a una sala comercial. Hoy, como es obvio, no ocurre esto.

Falso cine de autor

Para disimular tan brutal anulación se crea un falso cine de autor. Por eso, además de ese cine masivo del estruendo y el vértigo digital, hay otro cine que exige y obtiene legitimidad artística, sello de "cine de autor" en los grandes festivales europeos. Cannes, Venecia y Berlín se prestan servilmente a legitimarlo a cambio de recibir una porción mínima de la torta. Venden su sello de calidad como las familias aristocráticas en decadencia venden su platería y sus pinturas. La apertura de Cannes al cine de streaming es el más claro ejemplo de esta rendición incondicional a los bárbaros digitales de California. 

Alfonso Cuarón durante el rodaje de "Roma".


Los multipremiados directores mexicano/americanos y españoles son los mejores portaestandartes de este nuevo y falso arte. La pretenciosa y retórica "Roma", que declama una autenticidad que no tiene, tan falsa como su blanco y negro digital, sintetiza a la perfección esta maniobra legitimadora. Este cine no hace "caja" como los "tanques", desde ya, pero su objetivo principal es otro: remedar el prestigio del viejo cine de autor, ocupar ese lugar vacío, dado que hoy ha desaparecido definitivamente. Porque fue literalmente anulado pero existe una tácita demanda de "calidad artística" de parte de un sector del público. Que el director de esta obra en particular y emblemática, Cuarón, haya ganado antes un Oscar con un "tanque" de cine espacial insoportable repleto de efectos  digitales ("Gravedad", se llama el bodrio) delata la manipulación a la perfección. En lugar de un Godard o un Antonioni, las distribuidoras ofrecen a Cuarón, Del Toro y demás arribistas. Porque, reiteramos, la demanda de legitimación viene de los dos lados ¿Quiere el señor consumidor culposo, el cuarentón atorado de partidos de fútbol en HD, un producto de mayor calidad que Marvel? Acá le damos el menú dispuesto por la gran distribución y las cadenas de streaming. Elija a gusto. No hay ningún peligro de toparse con auténtico arte cinematográfico, pero usted podrá creer que sí es arte, cine de autor. ¡Si así lo dicen los principales medios de comunicación, los críticos de los aún existentes diarios y semanarios!  


Cine "de calidad", pero "normalizado"
 
Pero la falsificación va más allá de estos mercenarios con pretensiones. Hoy toda obra de cine, sea masiva o "de segmento", para ingresar al circuito de la gran distribución internacional debe mostrar el mismo módulo, estar "normalizada" según pautas universales de narración. Debe ser "palatable". Puede darse un ejemplo con la extensa e irregular obra del italiano Marco Bellocchio. Su cine de los años 60, 70 y 80 hoy sería "invendible", ya no solo en el gran circuito comercial, sino también en ese segmento de falso cine de autor. Las distribuidoras que se reúnen en Cannes lo rechazarían de plano. No llegaría jamás a las salas. Su cine de los 2000, en cambio, se ha "homologado", diría Pasolini, adaptado, a las nuevas reglas. No vale nada comparado con aquel "viejo" cine suyo, pero "se deja ver", tiene una trama dramática bien hecha, una mínima estatura estética. Basta saltar de "En nombre del padre" (1971) o "Los ojos, la boca", de 1982, a "Vincere", de 2009, o "Bellos sueños". Bellocchio, además de estas obras comerciales mediocres, sigue haciendo cine auténtico pero solo para un muy reducido círculo de amistades, no pretende que estas obras tengan distribución ("Más allá de Marx", "Hermanas Mai").


Paolo Sorrentino durante el rodaje de una de sus películas


Autores de generaciones posteriores, aunque de talento indiscutible ya crecieron con el montaje digital y la modulación narrativa que exige el cine estandarizado actual. Esto vale para el también italiano Sorrentino. Hay un sabor común en la factura de todas sus obras y la de sus contemporáneos. Una suma de ingredientes que las hacen, como se dijo, "palatables" a la gran distribución, aunque sean para un segmento, un nicho. La edición digital es la clave técnica de esta homologación estética. El viejo montaje de celuloide imponía, hasta físicamente, un ritmo. La moviola y su artesanal trabajo de empalme hacían que cada plano diera paso al siguiente con inevitable "lentitud", si se compara con el vértigo drogadicto del cine digital. Por supuesto, más allá de este cambio tecnológico hay un cambio por elección, estético, que el peor Hollywood siempre buscó: "más ritmo", más velocidad, más rápido! 
Lo mismo ocurría antes de la era digital con la música. El filtro era artesanal, caso por caso: en las grabadoras recibían cientos de cassettes y sus gerentes escuchaban y descartaban o, excepcionalmente, daban el visto bueno; hoy se ha perfeccionado el proceso y la tecnología ha llevado a la normalización exigida antes de que una obra musical pueda llegar a producirse y comercializarse, (como señala con detalle y agudeza el inglés Arrans Lomas en el señalado video de YouTube). Se dirá: esto era cierto en 2005 o 2010, pero hoy  raperos y "traperos" que triunfan en Youtube no pasan por ninguna selección. Falso: por un lado sí que pasan por el examen de las grandes companías que, sea online u offline, manejan el negocio. Pero además, ellos mismos formatean su obra música para que llegue al gran público. Es esa normalización anterior a la producción misma de la obra. Los cantantes de trap han internalizado el filtro selectivo de las grabadoras. El español híbrido, mezcla de rioplatense, mexicano y caribeño, que hablan o "cantan" estos chicos es una estrategia de mercado incorporada espontánea y astutamente. Por sus videos y canciones nadie puede saber que Nicki Nicole es rosarina. Ni su habla, ni sus letras ni las imágenes de sus videos hacen referencia a la ciudad, ni siquiera al país. Esta producción creada según el canon "latino" impuesto por Estados Unidos les abre, ellos esperan, las puertas de ese enorme mercado, que es donde están las vacas gordas, la plata grande. Ellos lo saben muy bien desde su cuarto de teenager antes de subir su primer video.  
  
De vuelta al arte audiosivual, las series de prestigio online también respetan este molde, este filtro implícito pero claramente detectable cuando se usa la comparación histórica. Las mismas pautas de narración, de montaje digital, de encuadre, el mismo sonido irreal y taladrante, también digital.   
Tanto los productos masivos llenos de "ritmo" como el falso cine de autor prefabricado y las series de prestigio se establecen tan hegemónicamente que los que no los consumen quedan apartados. Es mucho más que una diferencia de gustos. La sobrevaloración desmedida y el consumo uniforme de estos productos deviene  un marcador social. El extraño a este consumo se "queda afuera". Para su alivio, no será invitado al próximo asado, ese ritual argentino de agregación, de gregarismo tribal embrutecedor y de vigilancia recíproca de la nueva normalidad comportamental y político-cultural. El progresismo pasteurizado "marida" perfectamente con esta nueva vida social. Pero esta segregación, que hoy puede verse como casi anecdótica, cuando se haga totalmente hegemónica será el resultado más claro y dramático del totalitarismo silencioso de la era digital.